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Columna
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La miseria y el éxtasis

Esta vez el cronista viajó hasta la India. Persiguiendo el origen de los cuentos populares (y acaso huyendo del Estatuto catalán), llegó hasta Calcuta, ese lugar del mundo donde tiene su asiento la miseria combinada de las religiones, el capitalismo desmesurado y la tecnología en su éxtasis. El resultado alcanza a menudo un grado verdaderamente insufrible. Allí la muchedumbre harapienta, la circulación suicida, la contaminación más negra, evidencian a lo que puede llegar la humana criatura si se deja conducir por esa bestia tricéfala. La India es el tercer país tecnológico del mundo, bomba atómica incluida; cuatro millones de millonarios, sobre 1.100 millones de habitantes, en gran parte menesterosos; ocho religiones, naturalmente subvencionadas, como amortiguadores de la crueldad social que son; 18 lenguas y 22 dialectos; 27 Estados relativamente autónomos. Háganse a la idea, si pueden.

Pero el cronista, en medio de ese caos, tuvo suerte. En Calcuta (la misma ciudad donde las monjas de la Madre Teresa siguen recogiendo de las calles los desechos humanos del sistema, para prepararlos a la ilusión del cielo cristiano o musulmán, a una reencarnación más amable o al impenetrable nirvana) se celebra la Feria del Libro más bulliciosa de todo Oriente. Este año han pasado ya por sus pabellones más de 300.000 personas, entrada en mano, ávidas de lectura y conocimiento. El sugerente Pabellón de España, invitado de honor de esta edición, registraba largas colas para acercarse a las huellas de Zenobia y Juan Ramón, en su alianza lírica con el gran poeta bengalí, Rabindranath Tagore. Los tres gozan de alta estima por parte de una comunidad hispanófila increíblemente bien informada, que vincula la imagen del moguereño con la de otros poetas nuestros que se ocuparon de intentar comprender ese país, Octavio Paz y Pablo Neruda, principalmente. Como que el viajero conoció a un joven poeta que había aprendido español sólo para poder leer al chileno, del que recita poemas de memoria. De modo que, en esa vastedad de lo incomprensible para nosotros, se estrecha de pronto una relación cultural que nos hace sentirnos inexplicablemente próximos. A mayor abundamiento, el cronista comprobó in situ la otra cercanía, la de la literatura más antigua del mundo (Mahabaratta, Panchatantra, Rig Veda...) con los cuentos populares que circulaban por las tertulias campesinas andaluzas hasta no hace mucho. Asombro y prodigio interminables. Y por si fuera poco, la visita al templo de Kali, la versión hindú de la Gran Diosa Madre, le trajo inevitables comparaciones con la versión marismeña de análoga deidad. Ya saben, fervor popular en grandes masas, arrebatos de verdadera apariencia mística. "La fiesta y el tambor ya alegran la pradera", se consolaba Juan Ramón ante el también incomprensible fenómeno rociero, pensando seguramente que toda idolatría mediterráneo-oriental ha de ser, en el fondo, expresión de ese puro panteísmo en que se refugiaba el autor de Platero. Pues de no ser así, resultaría definitivamente espantoso.

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