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Crónica:BALONMANO | Campeonato de Europa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una plata amarga

España pierde con justicia la final contra Francia en su peor partido del torneo

Una medalla de plata es un gran premio cuando no se aspira a nada. Pero cuando el objetivo es sólo el oro, resulta pobre y no satisface a nadie. Después, con el tiempo se le da el valor real que tiene. Pero en el momento en que se recibe, el jugador, el entrenador y toda la expedición sólo piensa en la derrota que acaba de encajar. Eso fue exactamente lo que ayer le ocurrió a España.

El equipo de Juan Carlos Pastor había acreditado el año pasado en Túnez que era la mejor selección mundial. Y llegó al Europeo de Suiza con la vitola de favorito, compartida sólo con Francia. Las dos selecciones llegaron a la final. Pero ayer, los franceses estuvieron más enteros y corrigieron errores. Cerraron a cal y canto su defensa y con un Omeyer infranqueable, acabaron convirtiendo a la selección en un equipo vulnerable, tanto en ataque como en defensa. Se impusieron por 31-23, se quedaron el oro y obligaron a España a marcharse de Suiza dejando una estela de desolación e impotencia.

ESPAÑA 23 - FRANCIA 31

España: Barrufet; Rocas (4), Belaustegui (1), Juancho, Romero (3, 2 de penalti), Entrerríos (2) y Juanín García (6) -equipo inicial-; Hombrados, Uríos (4), Garabaya, Fis, Davis, Ortega (2) y Chema Rodríguez (1).

Francia: Omeyer; Abalo (1), Abati (6, 1p.), Karabatic (11), Fernández (2), Gigou (1) y Bertrand Gille (2); Ploquin, Dinart, Guillaume Gille (2), Narcisse (4), Girault, Kempe (2) y Bosquet.

Marcador cada cinco minutos: 4-2, 5-6, 8-8, 11-11, 12-14, 13-17 (descanso) 16-19, 20-23, 20-25, 20-27, 21-29 y 23-31.

Árbitros: Vakula y Ljudovik (Ucrania). Expulsaron con tarjeta roja directa al jugador de Francia Guillaume Gille (m. 49).

Unos 11.500 espectadores en el Hallenstadion de Zúrich.

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Eso es exactamente lo que delataban los gestos que se vieron en el banquillo español. Rocas, sentado en una esquina del banquillo, llorando desconsoladamente y recibiendo el apoyo también desesperado de varios de sus compañeros de equipo. Iker Romero, eufórico el sábado tras las semifinales, roto por completo, abrazado a uno y otro sin saber exactamente hacia donde dirigirse. David Barrufet, lesionado durante el partido, renqueante de la pierna izquierda, moviéndose cabizbajo e intentando animar a sus compañeros. Y Pastor, el hombre del milagro español, con los ojos húmedos, sintiéndose mínimo, a pesar de haber llevado a su equipo a la segunda final consecutiva, y lograr la séptima medalla de la historia, en una de las grandes competiciones internacionales.

A este deplorable estado redujo la derrota a una selección que había derrochado alegría y buen juego a lo largo del campeonato. No parecía justo. Y menos aún, teniendo en cuenta que acababan de ganar una medalla. Pero así es la alta competición. España no consiguió ayer implantar sus esquemas de juego, porque Francia había estudiado con detenimiento los errores que había cometido cuando perdió hace una semana en Basilea en la clasificación. Claude Onesta, planteó una defensa en 6-0 que se convertía con facilidad en 5-1 y en mixta sobre Iker Romero y Chema Rodríguez. Impidió que le llegaran balones al pivote, Uríos, y cerró las puertas al disparo de los laterales, que, muy cansados, tampoco estuvieron afortunados.

Costaba abrir la puerta. Y cuando Barrufet se lesionó -rotura fibrilar- a los 15 minutos de juego, con empate a ocho, pareció que se producía un cataclismo porque se perdía al único hombre que podía mantenerles a flote. Cuando en la segunda parte los de Pastor perdían por siete goles (20-27), España había tocado fondo. No había frescura, no había confianza, ni seguridad en sí mismos. Aquello no tenía solución. Francia ganó y el banquillo español comenzó a abrazarse. Pero esta vez no era para celebrar la plata. Se trataba sólo de consolarse.

Narcisse dispara ante la oposición de Juancho Pérez y Belaustegui.
Narcisse dispara ante la oposición de Juancho Pérez y Belaustegui.REUTERS

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