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Columna
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Los animales

Manuel Rivas

A los animales siempre les ha gustado la ciudad. El interés del hombre urbano por el campo es muy reciente. En cambio, la atracción de los animales por la ciudad es muy antigua. Los gorriones entraron en las urbes picoteando los excrementos de los caballos y ya no volvieron a marchar. Descubrieron, antes que los campesinos, que era en la ciudad donde había más grano. Por eso, los cómicos ambulantes, que aprendieron de los gorriones, decían "¡Mucha mierda!" para desearse suerte. Se repite hoy la historia con los zorros y con otras especies. Los animales se encaminan a la metrópolis o nadan hacia ella, como la ballena del Támesis, porque es el lugar más seguro. El lince ibérico, para sobrevivir, debería internarse en una ciudad, donde hay más seguridad vial, en lugar de jugarse el pellejo en parques protegidos. Y el gato montés no estaría al límite de la extinción si consiguiera abrirse camino por la M-30 hacia una zona peatonal. Los animales salvajes lo están pasando fatal en sus medios naturales. El cambio climático, la deforestación, la sobrepesca, la caza industrial, les están haciendo la vida imposible. Los océanos parecían el último gran refugio para una fauna en libertad. En las rías gallegas, los viejos pescadores, y sobre todo los viejos peces, distinguen dos espacios opuestos: el Almeiro (lugar de almas), donde hay cría, y la Marca del Miedo, que es lo deshabitado. Los peces rehúyen estas grutas porque se transmiten el recuerdo del esquilme. Eso es algo que el hombre no ha asumido todavía: los animales tienen memoria y, a su manera, pensamiento. Por eso, no sólo sienten dolor, sino que sufren. Hablar de cambio climático es un diagnóstico amable. Lo que los científicos con agallas describen es una violencia climática, una gran marca del miedo, producida por un modelo de depredación insostenible. Y el efecto en la fauna es el estrés global. Para ahuyentar de noche de los maizales a los jabalíes, algunos campesinos utilizan aparatos de radio con el volumen a tope. El efecto es el contrario. Los jabalíes adoran el maíz que habla. Los animales huyen hacia delante. Van a los puertos, donde no hay redes extendidas. Van hacia las ciudades, allí donde están los únicos lugares donde un animal salvaje puede vivir en paz. Los acuarios. Los parques zoológicos. Y los documentales de televisión.

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