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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Opción necesaria

El Parlamento de Holanda, tras una sesión maratoniana, ha decidido enviar hasta 1.400 soldados a Afganistán en el marco de un redespliegue de las tropas de la OTAN para fortalecer el proceso de estabilización del régimen y hacer más eficaz la lucha antiterrorista. Lo que podría parecer una operación de rutina, conociendo la vocación solidaria de los Países Bajos en la historia de la Alianza Atlántica, ha sido resultado de un forcejeo partidista y parlamentario con serios espasmos en la política nacional, que incluyen la dimisión del líder de uno de los partidos de la coalición gubernamental. Sólo esto debería ser ya motivo de inquietud, especialmente en unos momentos en los que el terrorismo islamista está planteando inmensos retos a la comunidad internacional.

Holanda sufre aún el trauma del desastre moral y político que supuso la aterradora pasividad, en 1995, de sus soldados en Srebrenica. No deben, por tanto, extrañar las reservas de los partidos a enviar tropas a zonas de peligro en cualquier parte del globo. Sin embargo, resulta poco tranquilizador que países sólidamente integrados y conscientes de la necesidad de mostrar una cooperación sin fisuras en zonas de alta tensión sean tan proclives a utilizar estas intervenciones como moneda de política interior. Más aún cuando para un Gobierno tan débil como el afgano, la falta de apoyo o las discrepancias entre miembros de la OTAN pueden disparar los riesgos internos y fortalecer al enemigo integrista. Las nuevas tropas, que se unirán a las británicas y canadienses, permitirán liberar a los contingentes estadounidenses de algunas tareas de contrainsurgencia y afianzar el régimen de Kabul allá donde su autoridad no llega o es cuestionada por el islamismo radical.

Las diferencias de opiniones en un Parlamento democrático son perfectamente lógicas, y más en uno tan fraccionado como el de los Países Bajos. Pero las persistentes dudas holandesas, que arrancan del año pasado, a participar en el esfuerzo solidario de crear paz y seguridad en Afganistán deberían alertarnos sobre el mensaje que lanzan algunas democracias europeas cuando utilizan conflictos exteriores como instrumento de lucha política interna.

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