Una derramada promesa
A propósito de Cinética, el segundo libro de Edgardo Dobry (Rosario, Argentina, 1962), hablaba Nora Catelli del juego de búsquedas y encuentros que, desde la tensión y pasión de la exigencia, hacía "emerger una voz personal que crece en el movimiento". Una voz que alcanza, en El lago de los botes, una reseñable madurez y elocuente mesura cuya emoción -nacida de la elaboración, la referencia culturalista y a veces de lo artificioso- busca ahora la tersura de una sutil libertad barroca que, en su incisa significación, abre el poema a su límpida y verosímil presencia real: "Era toda nuestra mitología / en una ciudad sin más historia / que una decrépita promesa de futuro". El uso mimético del lenguaje y del montaje poético, la agudeza de su mirada, permiten hablar de las cosas y seres del mundo, de una realidad predicativa que trasciende su especificidad: "el ojo acecha el paisaje / a la espera de que surja / el aleteo de un verso".
EL LAGO DE LOS BOTES
Edgardo Dobry
Lumen. Barcelona, 2005
89 páginas. 11 euros
Lo cotidiano es un complejo proceso vital, y "el óxido blanco del tiempo" un agente erosivo de primer orden que hace aparecer, en el centro del relato, la anécdota concreta y sin artificio como estampas de lugares ejemplares. El espacio y el tiempo determinan una escritura donde lo visible hace surgir la emoción como un elemento material más. El idiolecto del poema es capaz de romper espacios míticos, de hablar desde su trabajada materialidad desplegando una realidad, evocada y sentida, desde los cimientos del presente: "y recoger en ese verso largo / y muchas veces transversal como una red / todo lo que cabe en el paisaje". Un paisaje que es, a la vez, realidad física y representación; la fisonomía externa de una determinada realidad y la percepción que genera; un tangible espacial y su interpretación intangible; la realidad y la memoria de la ficción.
Sorprende la capacidad de
Dobry para crear espacios simbólicos y paisajes con discurso, la fuerza para establecer imágenes perceptibles, algo que quien mira o lee, puede interpretar cruzando su sabiduría con su experiencia interior. Gracias a las redes de su conciencia simbólica, se intensifica una escena que parece trivial para transcenderla y establecer una complicidad. La suya es una lengua propia que a la vez representa un lugar y un paisaje que determina y construye una identidad: "contra la llaga de la lengua". El humor y los diferentes modos textuales, van y vienen intentando recuperar, a través de "fragmentos domésticos", entre el aquí y el allá, la filiación de una identidad. Frente al aburrimiento urbano y la artificialidad cosmopolita, la recuperación de la infancia es un intento del sujeto poético por definirse desde la reconstrucción de su memoria: "Y así, en duermevela sobre la frazada a flecos, / soy yo, soy yo el que camina, / cargo una mochila de libros deshojados, / por declives bromurados voy / de un mundo a otro, / llevo un niño de la mano". Así despliega su arco este hermoso libro, que en las grietas y suturas del tiempo y de los días, se desliza esperanzado ante "el agujero negro en el que toda / se derrama promesa".
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