El deber y la conciencia
Para quienes se quejan de que el cine español está dando siempre vueltas alrededor de la Guerra Civil y sus variantes, he aquí una lección interminable: la del cine alemán abocándose sin complejos, y con todas sus consecuencias, al abismo de los horrores del nazismo. Porque el mismo año de la terrible El hundimiento, una película más humilde, pero no menos valiente, sorprendió a todos con una visión sin afeites, pero también sin innecesaria violencia física (la moral es otra cosa, claro), de las escuelas en las que los jerarcas del Tercer Reich formaban a sus cachorros, a aquellos destinados a ocupar los virreinatos y administraciones en que pensaban dividir el mundo tras lo que creían su inevitable victoria final en la II Guerra Mundial.
NAPOLA
Dirección: Denis Gansel. Intérpretes: Max Riemelt, Tom Schilling, Devid Striesow, Joachim Bissmeier. Género: drama histórico, Alemania, 2004. Duración: 110 minutos.
Eso era una Napola: una escuela de formación de cuadros, a la que va a parar el hijo de un obrero (Max Riemelt), a quien sus aptitudes para el boxeo le abren las puertas a poco menos que el paraíso. Porque la Napola del título es una instancia inmejorable para la promoción personal y para abrirse paso en la vida y en el futuro nacionalsocialista (la película no llega cronológicamente hasta tan lejos, pero de esas escuelas salieron los adolescentes fanatizados que fueron los últimos en enfrentarse al irresistible avance de los aliados).
Pero allí, junto a una educación que se pretende científica en su adhesión al antisemitismo y que enseña la ausencia de compasión, la superioridad del fuerte sobre el débil, el deporte como victoria inapelable, o como derrota, o el no pedir disculpas jamás, el protagonista descubrirá otras cosas. Por ejemplo, la amistad, los valores personales por encima del grupo o incluso la nación, el sacrificio voluntario y la muerte cercana.
Narrada con un evidente academicismo, sin concesión alguna a cualquier cosa que no se ajuste a un concepto muy clásico de la puesta en escena pero contada, igualmente, con brío y una distancia que no resulta en absoluto insolidaria con sus personajes, Napola sigue fielmente las pautas que se traza desde un comienzo y termina pintando un cuadro tremendo de la educación de élite hitleriana. Es dura y áspera, como no puede ser de otra manera mostrando lo que muestra, pero su visión es obligada para cualquier ciudadano inquieto en estos tiempos en que las camisas pardas parecen lejanas y en los que tanto botarate se llena la boca con comparaciones históricamente analfabetas.
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