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Columna
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Del gallo al perro

Lluís Bassets

Se va el gallo y llega el perro. Con cohetes, dragones danzantes, cenas familiares a las que acuden quienes están lejos de casa y visitas rituales a parientes y amigos. Es la temporada de los viajes, en tren sobre todo, en aquel inmenso país de fuertes migraciones. Pero ahora el nuevo año lunar o fiesta de primavera es también una festividad global, que se celebra allí donde hay chinos, que es en todo el mundo. Y como en otros ritos de paso anuales de distintas culturas, es momento de balance y de buenos propósitos, que puede tener incluso significación política.

El balance del año transcurrido no puede ser mejor para China. El imperio del centro sigue siendo la gran locomotora del crecimiento económico mundial, con su tasa del 9,5% en 2005. Ha descubierto de pronto que su economía pesa un 16,8% más de lo que se contaba, de forma que ya es la cuarta del mundo, detrás de Estados Unidos, Japón y Alemania. Es el taller del mundo, el primer consumidor de materias primas y alimentos y el mayor exportador mundial de microelectrónica. Todo lo que le sucede a la economía planetaria, desde el crecimiento sostenido hasta la escasez de materias primas y el incremento de sus precios, se debe en gran parte a la bulliciosa actividad económica de sus 1.300 millones de habitantes, lanzados a trabajar, a ahorrar, a consumir, por este orden, y estos días a viajar como posesos.

La mayor oferta pública de venta de acciones de la historia de la bolsa mundial desde que estalló la burbuja en 2001, por un valor de 6.800 millones de euros, la realizó en Hong Kong en octubre pasado el Banco de la Construcción de China, el tercero del país en préstamos. Además de recibir inversiones extranjeras y de sacar a bolsa sus empresas públicas, China está también comprando empresas en todo el mundo. Lenovo adquirió la división de ordenadores personales de IBM y la petrolera CNOOC fracasó, frenada por el proteccionismo norteamericano, en la compra de la californiana Unocal. China está invirtiendo en todo el mundo, pero su presencia en algunos continentes, como América Latina y África, es una alternativa a Estados Unidos y a Europa. El capital chino no hace preguntas sobre derechos humanos ni sobre regímenes políticos. Tampoco lleva encima el estigma de antiguas y a veces recientes evangelizaciones, colonizaciones e imperialismos. Se presenta sonriente a buscar y a ofrecer negocios a cambio de negocios. Llega a los lugares más recónditos, ávido sobre todo de materias primas, pero también de mercados y de socios.

China tiene sus propios conflictos, que no son ni pocos ni fáciles (el mayor, el contencioso que sostiene con Taiwan), pero sortea con pericia los charcos más violentos del planeta. Cultiva la discreción diplomática de los intercambios económicos, educativos y culturales, y se esfuerza por aparecer, en cambio, como un mediador amistoso y pacífico allí donde sea posible aliviar un foco de tensión. Es el caso de la proliferación nuclear en Corea del Sur y en Irán. Pesará cada vez más su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ejercido de forma dosificada en comparación con los otros miembros (en cuatro ocasiones sobre 243, de los que 18 corresponden a Francia, 29 al Reino Unido, 118 a la Unión Soviética o la Federación de Rusia y 74 a EE UU). Y recibe de la comunidad mundial de los negocios un trato exquisito: tampoco nadie le va con exigencias en derechos humanos en justa correspondencia a su relativismo político, y las grandes compañías tecnológicas se adaptan sin rechistar a las restricciones y a la censura de una normativa y de una actitud oficiales directamente heredadas de la ideología maoísta.

En la feria mundial de las vanidades que es el Foro de Davos, ha dejado que fuera India, su vecina y en tantas cosas aliada, la que hiciera más ruido. Cuenta Federico Rampini en La Repubblica que Gobierno y patronal indios han conseguido por primera vez vender la extraña y piadosa idea de que la libertad, la inestabilidad de los gobiernos democráticos y el pluralismo son buenos para los negocios. Las dos potencias asiáticas han sido las protagonistas de este foro anual de las nieves, amedrentado este año por la victoria de Hamás, que ha sorprendido a todos -incluida la propia empresa-, desmiente el optimismo indio y desbarata los planes de Bush para Oriente Próximo. A la vista de los resultados electorales en Palestina y de las reacciones que han suscitado, China tiene nuevos y más sólidos argumentos para cerrar el paso a la democracia.

No hay muchas dudas de quién se dispone a cobrar la cuenta de la cadena de errores cometidos por Estados Unidos. El del gallo fue el año de China y el del perro también lo será. Ya son muchos los que creen que así serán los festivales de primavera durante muchos años y que el siglo entero será de China. Ni de Estados Unidos, ni de Europa, ni siquiera de la otra potencia asiática que le va a la zaga.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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