Cuidado con la sátira
La publicación, en septiembre pasado, en el principal diario de Dinamarca, Jyllands-Posten, de 12 viñetas satíricas sobre Mahoma -reproducidas días atrás en el diario evangelista noruego Magazinet- ha provocado un pandemónium de protestas en los países musulmanes: llamamiento de embajadores, cierre de sus misiones diplomáticas en Copenhague, boicoteo de productos escandinavos, agresiones y exigencias al primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, de que se disculpe y sancione a los autores. Rasmussen, impecable, ha contestado que, pese a lamentar lo sucedido, no puede ir contra la libertad de prensa que existe en su pequeña nación. El director del Jyllands-Posten, que en un principio se había resistido a pedir disculpas, lo hizo el lunes, tal vez por temor a que la situación se agrave.
Es muy probable que las viñetas, en las que aparece Mahoma con un turbante en forma de bomba o blandiendo una espada, sean de mal gusto y una provocación que cueste cara a los intereses comerciales escandinavos. La libertad de prensa y la libertad de expresión no deben tener más cortapisas que las que fija la ley para todos los ciudadanos, y quien se sienta ofendido o injuriado tiene el derecho a acudir a los tribunales, la única instancia que debe resolver estos conflictos. Yerran los ministros de Interior de los países árabes cuando exigen a las autoridades danesas un firme castigo contra los responsables del cómic. Y también el secretario general de la Liga Árabe, Amr Mussa, al afirmar que la prensa europea tiene miedo de ser acusada de antisemitismo, pero invoca la libertad de expresión cuando caricaturiza el islam. Lamentablemente, se producen gestos antijudíos en Europa y tienen gran impacto en Israel, pero no hasta la extrema irritación que despiertan episodios religiosos en la comunidad musulmana.
Toda persona debe ser respetuosa con las creencias de los demás. Por desgracia, no está tan asumido que pueda expresar libremente las suyas, si las tiene. El fanatismo es una planta que crece en muchas religiones, pero el mundo islámico ofrece hoy una cosecha muy extensa. A algunos les ha costado la vida, como al cineasta holandés Theo van Gogh, y a otros les persigue la condena de muerte por escribir una novela, como Salman Rushdie. En otras épocas, no tan lejanas, otras religiones hicieron pagar la disidencia con la hoguera. Creer que sólo en el mundo islámico existe la intolerancia religiosa sería un ejercicio fatuo de autocomplacencia. Pero ignorar que el integrismo religioso se expande vertiginosamente entre los creyentes musulmanes sería ponerse una venda ante la realidad.
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