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Columna
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Bembibre

Fin de semana en el Bierzo; un día entero en Bembibre. Frío bárbaro, nieve en los altos, vino bueno de la tierra. Amigos que encuentro, profesores. Muchachas adolescentes, muchachos que a esa edad parecen más jóvenes que ellas, más vacilantes frente a ese gran lío de la vida, que ya empieza en serio, pero que tal vez nunca deba ser tomado demasiado en serio. Porque es conveniente dudar y soñar. Y no abandonar el camino del corazón. No dejar de ser nunca esos muchachos que ríen y esperan. Y actúan.

Bembibre tiene 10.000 habitantes y es una de las pocas villas españolas que es patria de un héroe literario indiscutible. Bembibre -palabra que tal vez proceda del bene vivere latino, del buen vivir de los romanos- es el feudo del Señor de Bembibre, aquel noble que protagonizó la mejor novela histórica del siglo XIX español, la que escribió el romántico Enrique Gil y Carrasco, nacido en Villafranca del Bierzo en 1815 y muerto treinta años después en Berlín, donde fue diplomático y donde frecuentó la amistad de Humboldt, el gran sabio alemán.

Pero yo quiero ahora, en esta leve crónica, resaltar que Bembibre es un modelo de convivencia interracial y religiosa. Y agnóstica, naturalmente. Villa minera en la que, desde hace treinta años, residen cerca de dos mil habitantes portugueses y paquistaníes; y africanos de Angola y Cabo Verde. Por eso las calles de Bembibre, las escuelas, las tiendas, los parques... tienen un sabor pacífico y cosmopolita a un tiempo. Habrá, tal vez, algún desencuentro ocasional, pero en la villa se aprecia, sin duda, que se vive en armonía, apertura y respeto. Con la profunda convicción de que todos somos iguales. De que las ilusiones y los frutos que nos construyen vienen a ser los mismos. De que el temor o el desprecio hacia el extranjero es una bajeza soberbia y necia. E inmoral. En Bembibre el duro trabajo de la mina y la naturalidad de un viejo vecindario acogedor han labrado el buen vivir de la concordia. Desde hace muchos años. Bene vivere. Bembibre.

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