Los riesgos de la gordura abren un mercado planetario a las farmacéuticas
El sector prepara 60 fármacos preventivos para 1.000 millones de personas con sobrepeso
Las grandes compañías farmacéuticas se enfrentan a uno de los cambios más cruciales de su historia. Dentro de cuatro años, en 2010, expiran las patentes del 75% de sus fármacos estrella, y los métodos tradicionales para prolongar su vida útil hacen agua bajo la presión de los fabricantes de genéricos, en el primer mundo y en el tercero. La Big Pharma sabe que se lo juega todo con las moléculas de vanguardia que saque en los próximos tres años, y su milimetrada estrategia se resume en dos conceptos revolucionarios: vacunas y sobrepeso.
El sobrepeso es el principal factor de riesgo para la diabetes de tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares, es decir, para el grueso de las muertes prematuras y las pérdidas de calidad de vida. Acomplia, el primero de una fila de 60 fármacos de tecnología punta que previenen los riesgos derivados del sobrepeso, se aprobará en un par de meses en Estados Unidos.
Dejando aparte el Xenical, que será el primer fármaco adelgazante que se venda sin receta en Estados Unidos, y que en cualquier caso no es más que un estorbo intestinal para dificultar la absorción de las grasas de la dieta, el sobrepeso, la obesidad y sus graves consecuencias para la salud han sido hasta ahora una tierra incógnita para la investigación farmacológica seria.
Pero el mes que viene, cuando la FDA apruebe el Acomplia de Sanofi Aventis, los cerebros empresariales que rigen el desarrollo de la medicina habrán creado de la nada un mercado cuantificable, predecible y creciente. Ahora mismo hay en el planeta 1.000 millones de personas con sobrepeso (de los que un tercio entran en la categoría de obesos), y los peores hábitos occidentales se globalizan a tal ritmo que la Organización Mundial de la Salud prevé 1.500 millones para 2015.
La investigación del Acomplia partió del cannabis, un conocido estimulante del apetito. El fármaco actúa sobre los mismos centros cerebrales, solo que bloqueándolos. Y la nueva píldora antigrasa tiene muy poco que ver con la estética. "El medicamento irá dirigido a la prevención del riesgo cardiovascular en personas con obesidad abdominal, alteraciones de los lípidos en sangre, hipertensión arterial y diabetes de tipo 2", explica el portavoz de Sanofi Aventis, Pedro Arranz.
Todo ese conjunto de patologías se denomina síndrome metabólico. El fármaco no se aprobará en Europa hasta el año que viene.
Un futuro dorado
Los mismos analistas que han visto estancarse al Xenical en unas decepcionantes ventas mundiales de 500 millones de dólares -gente escéptica y bien escaldada con las píldoras antigrasa- le están concediendo al Acomplia mucho más que el beneficio de la duda: un futuro dorado de 3.000 o 5.000 millones de dólares anuales.
Un indicio de que tienen es que Pfizer, Merck y Bristol han adquirido últimamente un interés por el cannabis que, a juzgar por el aspecto de sus ejecutivos, no parece tener otra explicación. La portavoz de Roche en Basilea confirmó el viernes pasado a este diario que la empresa ha montado un ensayo clínico de fase 2 en nueve países para un fármaco contra la diabetes de tipo 2. Arena y Alizyme obtuvieron en diciembre buenos resultados en sus ensayos con píldoras antigrasa. La consultora Evaluate calcula que hay ahora mismo 26 fármacos de obesidad y 6 de diabetes en ensayos clínicos, y otros 32 a punto de entrar en esa fase.
El otro emblema de la revolución farmacéutica, las vacunas, tiene idénticas características. Si uno diseña una buena vacuna contra una enfermedad importante, merecerá la pena ponérsela a mucha gente: otro mercado amplio, estable y predecible. Y de nuevo el sector privado ha tomado la iniciativa en un campo fundamental de la medicina preventiva, la vacunación, en el que los gobiernos occidentales llevan 30 años arrastrando inercias, cuando no poniendo o tolerando trabas. Un ejemplo son las junk lawsuits, o demandas peseteras absurdas contra los fabricantes de vacunas, que han contribuido al cierre de la mitad de las plantas de vacunas en Estados Unidos desde los años sesenta del siglo pasado.
El gran argumento
Un mercado estable no basta, porque el sector farmacéutico no se rige por las leyes habituales del mercado. El éxito de un nuevo fármaco no suele depender de que sea competitivo -una molécula realmente innovadora no tiene competencia-, sino de que la sanidad pública acceda a financiarla y de que los médicos opten por recetarla.
El precedente del Xenical ha salido mal. Aparte de la sanidad pública británica, y en parte la sueca y la suiza, los sistemas sanitarios europeos no han considerado dignas de su atención financiera las cápsulas de Roche. La caja de 100 euros viene a durar un mes, y si uno se modera durante seis meses, pierde un par de kilos más con la caja que sin ella. Total: dos kilos, 600 euros (con una alta probabilidad de recuperar los primeros, anula los segundos).
Pero el Xenical se ha quedado viejo mucho antes de llegar a los supermercados de Nueva York. El sobrepeso es un riesgo para la salud porque deteriora los controles centrales del metabolismo -la red bioquímica que capta, transforma y distribuye los flujos de energía de cada célula del cuerpo-, y cuando eso va mal, todo lo demás empieza a fallar de forma peligrosa.
Uno de los perjuicios es que las células se vuelven sordas a la insulina, la hormona del páncreas que las estimula a comer azúcar. El azúcar se acumula en la sangre y daña las arterias y los órganos, agravando el riesgo de infarto y enfermedades vasculares.
Los nuevos fármacos trabajan al principio de esa cascada, allí donde la grasa se acumula, o provoca las primeras alteraciones del metabolismo. No son píldoras mágicas para adelgazar, ni para quitar el hambre. Tampoco son pastillas para el corazón, ni para bajar colesterol o azúcar.
Los 60 en la cola son fármacos del sobrepeso porque sirven para evitar las enfermedades derivadas del sobrepeso. Son enfermedades graves, y muy costosas para el sistema sanitario. Ése es el gran argumento de la industria para que el sistema los financie.
El argumento es el mismo con la otra gran línea de futuro de la Big Pharma. Sanofi, Novartis, Glaxo, Merck y Wyeth han empezado, por primera vez en 30 años, a invertir cientos de millones de euros y a construir plantas de última tecnología dedicadas por entero al desarrollo de vacunas: productos revolucionarios que previenen el cáncer de cuello de útero, la meningitis, las infecciones por estreptococos, las diarreas causadas por rotavirus y varias decenas de enfermedades más. Las píldoras antigrasa y las vacunas son el fondo la misma idea: nuevos productos sin genéricos, con mercados amplios, estables y predecibles, y que previenen enfermedades graves y muy costosas para la sanidad pública de cualquier país.
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