El corredor del desierto
Mohamed Elbendir, sobre una mesa camilla, escribe con un bolígrafo azul su currículum. Tiene sólo 18 años, pero sus estadísticas ocupan casi media página de un cuaderno cuadriculado. Ha sido, por ejemplo, campeón de España de 3000 metros, 5000 metros y cross.Cuarto puesto en el europeo junior. Tercera mejor marca anual (14m 05,58s) en 5.000 metros. Mohamed vive desde 1997 en Viana de Cega, que es un pueblo bastante pequeño a 19 kilómetros de Valladolid. Pero nació en un campamento de refugiados saharauis, a 90 kilómetros de Tinduf, en Argelia. Una ciudad fantasma, "hay ocho o nueve", compuesta de "jaimas, construcciones de adobe y caminos de arena".
Mohamed no guarda un mal recuerdo de su infancia: "La vida allí es parecida, pero menos lujosa. Es más tranquilo todo y también se va a la escuela. No hay deporte ni infraestructuras, pero se juega a las chapas, a las canicas y se fabrican juguetes de latón", explica. Se nacionalizó hace unos pocos meses: "No se crea que es más rápido el papeleo por ser joven. Es muy desesperante". Le animó a dar el paso Constancio Burgos, un amigo de la familia. La Federación Española de Atletismo también le prestó su asesoramiento y apoyo. Antes, tuvo que ver cómo le daban sus medallas a otros chicos. No podía subir al podio. "Es muy frustrante, se te escapan las lágrimas", recuerda.
"En el Sahara no hay deporte, pero se juega a las chapas y se hacen juguetes de latón"
Sus hermanos de acogida han sido básicos en su vocación: "Antes odiaba correr"
Mohamed, que precisa que no es marroquí y que no se parece "en nada" a los marroquís, llegó a España a través de un programa de colonias veraniegas para niños saharauis. Tuvo un problema de salud en un testículo y, cuando todos los demás chicos desplazados regresaron, él se quedó en Valladolid, pues precisaba de revisiones médicas periódicas. Ahora, considera a su familia de acogida como sus "padres y hermanos". Precisamente, sus hermanos Javier, Fernando y Alberto, todos entrenadores deportivos profesionales y maestros, han sido básicos para que Mohamed descubriera su vocación. Porque resulta que antes no le gustaba correr. Aún más, "lo odiaba". Decidió practicar atletismo cuando el autobús que le llevaba a Simancas para jugar al fútbol dejó de cumplir su cometido. "Era portero, pero era malo. Eso sí, no me metían ni un penalti", asegura. Ahora se entrena en las pistas del Río Esgueva vallisoletano.
Mohamed habla perfectamente español. Tan bien, que algún miembro de la federación de atletismo asegura que lo habla mejor "que muchos chavales que han nacido en España". Se le dan bien los idiomas. "Me gustaría ser traductor. También profesor de educación física", dice, y enumera las lenguas que habla: "Inglés, francés, español, alemán y árabe". Pero confiesa que en árabe, su lengua materna, ya no sería capaz de escribir. Y eso, que regresó a los 14 años al Sahara y a Mauritania para vivir con su madre biológica durante ocho meses. Pero por cuestiones de estudios y afectivas decidió regresar a España definitivamente. No ha vuelto a África.
Mohamed se entrena, a veces a la sombra de un pinar cercano, todos los días de seis y media de la tarde a nueve y media de la noche. Por las mañanas va al colegio -está en 1º de bachillerato- en Valladolid capital. "Estoy tan atareado que en ocasiones se me olvida que tengo que rezar a las dos", comenta con una sonrisa. Mohamed sigue siendo musulmán y está contento porque en España "hay cada vez más mezquitas y facilidades para practicar mi religión".
Una reflexión que le lleva a subrayar que su adaptación al pueblo es "perfecta". "Me he adaptado al lujo de aquí sin ningún problema", insiste, recordando que el alcalde le felicita cada vez que obtiene un éxito deportivo y que todos le conocen en el pueblo y "les gusta que pasee el nombre de Viana por ahí". Uno de sus mejores amigos se marchó hace tres años. También era saharaui. Regresó a su tierra natal: "No era feliz, no se adaptaba bien".
Mohamed recurre al discurso convencional de los de su edad para hablar del futuro: "Tengo que ir paso a paso", pero una sonrisilla le delata. "Es un cabezón, pero es bastante maduro", comenta su hermano Javier. Sus tres hermanos y su madre, Tere, que trasiega entre la cocina y el salón con los vasos de café, tutelan cada movimiento del muchacho. Su padre de acogida falleció la pasada semana.
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