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LA BATALLA DE LOS COMERCIANTES MINORISTAS

"Este oficio se muere"

José Pérez es desde hace 24 años el zapatero de la calle de Latoneros

Hace 24 años que mete su mano dentro del zapato de otro. "Por eso nadie quiere ya dedicarse a este oficio", explica metiendo la suya dentro de unas botas. "¿Lo ves? Pero a mí me gusta". Lo dice de verdad. Rodeado de zapatos, suelas y tacones, trabaja cada día una media de 10 horas. "Me gusta mucho este oficio. No podría estar aquí por dinero".

La competencia no es el problema de José. Al contrario, todos los zapateros del barrio se han jubilado. "Cuando empecé éramos 10 o 12, ahora quedamos unos cuatro. El oficio se muere", dice convencido. Las grandes superficies ni le inmutan. "La gente no va a ir cargada con las bolsas de la compra en una mano y los zapatos rotos en la otra". Como no le va mal, en el futuro José espera no trabajar por las tardes.

Pero el precio del alquiler es su pequeño calvario. "¿Cuánto dirías que cuesta?", dice señalando los 10 metros cuadrados del establecimiento. Paga 700 euros. "Ahora me da para vivir, pero si el alquiler fuera más bajo podría ahorrar un poco", insiste. Quizá sea mucho dinero, pero el local está en un buen sitio. Mucha gente entra cuando está de paso.

Pero la mayoría de sus clientes son los de toda la vida. "Zapatero, a tus zapatos", le grita un vecino que pasa por delante. Lleva 24 años en el mismo sitio y desde hace ocho el negocio es suyo. Entró de aprendiz cuando apenas tenía 18, "todavía iba al instituto y quería sacarme un dinero". Le gustó e instaló un pedazo de su vida en esos 10 metros cuadrados.

El local tiene dos rótulos, uno en inglés y otro en español. "El primer dueño pensó que podía atraer a turistas que pasean por el barrio. Actualmente, los únicos que vienen son para hacerme fotos o para que les arregle el bolso que les han rajado con un bisturí para robarles la cartera", explica. "Qué hay, José, ¿tienes ya mis zapatos?", le dice una clienta casi intuyendo con una sonrisa que todavía no están listos. "Te dije para hoy, y hoy te los llevarás", responde mientras rebusca en su montaña para ponerse manos a la obra. "Esto es muy desagradecido, aquí todo el mundo mete prisas para que les haga lo suyo, sin pensar que muchas veces llevo aquí desde las siete de la mañana", dice un poco contrariado. Parece imposible que pueda encontrar algo en el caos en el que trabaja. Se confirman las sospechas. "Vuelve mañana, a ver si los encuentro, que ahora mismo no sé dónde las puse", le espeta al cabo de un rato a otro que reclama sus botas. El cliente no tiene prisa -suerte- y se lo toma bien.

El zapatero siempre será necesario. "El zapato bueno necesita arreglos; el chino, ya se sabe, no". Pero el oficio de zapatero está desprestigiado y nadie quiere aprenderlo. José explica que la Comunidad de Madrid se ha dirigido a él en alguna ocasión para montar escuelas y enseñarlo. "Pero, ¿a quién? Nadie querría dedicarse a esto".

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