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Columna
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Ex Camps

Miquel Alberola

Francisco Camps proyectó su candidatura a la Generalitat como el repristinador del sentimiento valenciano. Ese propósito suponía una frontera natural entre él y su antecesor, que sin ninguna convicción al respecto, usaba o abusaba según fuera de su interés personal. Camps trataba de conferirle naturalidad y normalidad en un momento en que el consenso alcanzado en la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL) aportaba un horizonte de serenidad. Entonces, en la intimidad manifestaba emociones equilibradas y sus intenciones estaban acolchadas de concordia. Lo recuerdo con esa impresión sentado en un taburete de la desaparecida cafetería Astoria de Valencia ante un vaso de agua mineral hablando con una cierta complicidad de asuntos considerados sensibles. Aquella conversación me arrugó de algún modo su habitual imagen de opositor de notarías recitando fichas empolladas, con la que sin embargo me había tenido que enfrentar apenas momentos antes con una grabadora de por medio en una entrevista. Mientras explicaba puntos de vista íntimos y realizaba libaciones en agua mineral, la presidencia de Camps incluso me pareció una oportunidad de renovación orgánica en la maraña de afectos y provechos que había tejido Zaplana. Tres años después, su trayectoria presidencial apenas guarda relación con aquel ingenuo propósito de partida, incluso el aplicado opositor de notarías ha sido reemplazado por un agraviado vociferante que acaba echando mano incluso de sí mismo como combustible para avivar su propia incandescencia. Bajo su mandado se han reabierto cicatrices restañadas en lo que fue el conflicto civil valenciano durante la transición, se ha recrudecido el enfrentamiento oficial con Cataluña y se ha amordazado a la AVL (la misma que ayer tuvo que salir a hacer llamamientos para que no se instrumentalice políticamente la lengua). Incluso han regresado los asaltos de encapuchados a librerías y se ha instalado en la retórica del Consell el alto voltaje verbal del radicalismo anticatalanista extraparlamentario. Espero que Camps, por lo menos, conserve la pureza en la intimidad de sus aguas minerales.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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