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Columna
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Ciencia ficción

Cada vez estoy más contento de que lo que pase detrás de la ventana de mi habitación no sea más que una recreación del mundo real, o debería decir del planeta Tierra, que dejé atrás hace años, harto ya de la fe en las ideologías. Efectivamente, la ventana de mi habitación está programada para que yo vea llover cuando quiera. Lo mismo sucede cuando deseo que haga sol. Todas esas recreaciones del mundo exterior me ayudan a pensar, y también me reconforta el hecho de que mi habitación en la nave sea una copia de mi dormitorio en la Tierra: es como si nunca hubiera salido de la casa de mis padres.

A veces, cuando no quiero forzar los efectos especiales, quito el dispositivo de la ventana virtual y, para compensar, pongo algo de información pasada en el monitor de televisión: el aparato sólo escupe emisiones viejas, y no dice nada acerca de Marina d'Or, ciudad de vacaciones y capital de los Estados Federales de Europa (EFE). Inquieto por la falta de información, me pregunto cuál es la distorsión temporal que han sufrido las ondas hasta llegar a mi receptor. Según mis últimas noticias, en la capital, Marina d?Or, todo el mundo era feliz, e iba bien vestido, hasta los delincuentes.

Se veían grandes piscinas, campos de golf, apartamentos frente a la playa, discotecas, y parques temáticos. Un mundo prefabricado, sí, un mundo perfecto, lo contrario del vacío, de la oscuridad entre una y otra galaxia. El extremo opuesto al espacio silencioso y profundo, desde donde me acerco, poco a poco, al paraíso.

Me gusta oír llover. Por eso pulso de nuevo el botón de mi ventana automática, y escapo a la rutina del viaje, programo un paisaje bajo la lluvia que se materializa inmediatamente tras el cristal, y me tomo un brebaje regenerador de neuronas que me hace mucha falta. A veces, para aliviarme, tiro una chuleta del avituallamiento por la escotilla y ésta se pone en órbita alrededor de la nave produciendo un eclipse de sol cada cuarto de hora, como bien adivinó el escritor Stanislaw Lem. Todo esto me reconforta, y cuando me acuesto imagino la cantidad de vueltas que estará dando la chuleta ahí fuera, e incluso me pienso que estoy ya en Marina d'Or, la capital.

No me digan que huyo de la realidad. A veces está bien fantasear un poco, y alejarse años luz de todos los problemas que nos preocupan. A la hora de conciliar el sueño, imaginen que viajan en una nave, y que se dirigen a otros mundos posibles: no querrán hacerme creer que no lo han practicado nunca. Sentirán la agradable modorra que precede a un descanso reparador, porque a algunos les hace dormir lo que a otros les quita el sueño.

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