Ave, Evo
Ver a Evo en la puna, rodeado de indios aymarás, con su nuevo cargo de Gran Cóndor. Verle en contacto con los olvidados dioses de la cordillera. Pero no verle ridículo, en medio de la ceremonia, no. Porque tan respetable -y chocante- es Evo en la pampa andina y religiosa, como lo son los grandes monarcas de Europa en sus tratos litúrgicos con el Señor en una catedral, por ejemplo con ocasión de bodas azules: esos ceremoniales acaso necesitados de nihilismo creador y convivente.
Ver la tierna y legítima esperanza de los votantes de Evo, en el altiplano y la mina, entre el desprecio de los blancos, y bajo el desorden general de un país destazado. Ver a las víctimas de la rapiña del capital, de los golpistas eternales de Bolivia, de la ignorancia y el frío, de los supersticiosos ritos realizados con fetos a la venta en los polvorientos mercadillos. Verles indefensos y, ahora, por una vez, ilusionados.
Ver la sorpresa de los criollos bolivianos, de repente vecinos de un país raro, que no conocen y que nunca quisieron conocer. Pero que existe. El estupor de las muchachas rubias del centro, y de los sastres. El miedo de los antiguos nazis que llegaron de Alemania y que se hicieron ricos con sus negocios; ahora todo lo llevan los hijos, cuentan. Y no paran.
Ver la extrañeza protocolaria de los presidentes iberoamericanos, su mirar atónito ante los aspavientos rurales, el discurso embarullado y la cazadora populista del nuevo jefe del estado.
¿Será Evo Morales la solución de algunos de los muchos males de Bolivia, amparado el presidente en amigos tan inquietantes como Chávez? No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que sus predecesores fracasaron. Creían, tal vez, que estaban en otro país.
Evo, suerte. De corazón. Defiende el gas, y busca la concordia. No caigas en derrumbes demagógicos. Y ya adentrándote por ese amanecer de la izquierda americana, mira más a Brasil y a Uruguay, que a Venezuela y Cuba. Por el bien de la esperanza, la libertad y la justicia.
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