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Columna
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Lo imposible

Dicen las gentes de la Esquerra Unida de por aquí que "el ataque a una librería es triste y aberrante", que destrozar estanterías y libros evoca a los camisas pardas del totalitarismo, a la sinrazón del irracionalismo que actúa motivado por su inquebrantable amor a la patria chica o grande en tierras valencianas, hispanas, vascas o donde sea. Ese irracionalismo, que se irrita con los libros, también lo mueve cualquier ideología o forma de pensar que no sea la suya propia y por eso inventó la censura cuanto tomó forma de dictaduras de derechas, de izquierdas o basadas en fundamentalismos de colores religiosos o políticos. Y por eso, porque censurar, quemar libros o atacar librerías supone negar e intentar eliminar al adversario ideológico o político, esos hechos atentan contra la convivencia y la democracia. Y el rechazo o la condena de dichas tristes y aberrantes actuaciones no deberían llegar sólo de la EU de por aquí, o de gentes del mundo de la cultura, o de los afectados. La condena y el rechazo debería de ser tarea de todo demócrata, ciudadano o gobierno que se precie de tal. Pero, ahora y aquí, si los portavoces del gobierno autonómico valenciano hiciesen público un comunicado de repulsa y condena al ataque sufrido por la librería Tres i Quatre ese otro día, el hecho resultaría sorprendente e insólito. Ese imaginario comunicado de repulsa adquiriría además dimensiones extraterrestres si hablara sobre que la democracia incluye el respeto a las minorías, y que cada cual tiene derecho a defender y propagar su ideología y su proyecto político por medio pacíficos y respetuosos sin avasallar el mismo derecho de los demás. Entraría ya en el reino de lo onírico la clara alusión, en el hipotético comunicado de la Generalitat, a las medidas efectivas que iba a tomar para que tales tristes y aberrantes actos no se repitan; medidas efectivas que el gobierno llevaría a cabo más por su condición de demócrata que por afinidad ideológica con los propietarios de la librería atacada. Claro que en estas tierras valencianas lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible como dijo el torero. Aunque cabría siempre la posibilidad o el milagro. Porque, a pesar de todo, aquí lo imposible resulta en ocasiones posible, y lo extraterrestre y onírico se nos presenta como real. Paremos mientes, si no, en nuestro desafortunado urbanismo al que realmente no podemos perder de vista, y cuyos desafueros son ya tópicos en nuestro contexto europeo. De él se ocuparon serios tabloides durante los últimos meses. Describieron la situación del cemento en nuestra costa como un dislate, de construcción sin freno ni límite de viviendas que a lo peor se quedan deshabitadas porque "se construye y se vende con la esperanza de poder vender más caro al poco tiempo", según un periódico de Múnich; se especula, vamos, con el telón de fondo de los campos de golf, se construye un muro en la línea costera y se cometen abusos poco respetuosos con los propietarios o con el territorio. Los medios de comunicación acortan distancias: nuestros conciudadanos europeos saben y se preocupan por la realidad palpable; la misma que contemplamos con nuestros propios ojos todos los días; una realidad retratada por enésima vez en el loable reportaje de Informe Semanal, que despertó ira e indignación en el seno de nuestro gobierno autonómico, tachando de manipulación informativa al reportaje objetivo sobre el cemento, a una realidad conocida desde Gibraltar a Upsala. Intentan los gobernantes autonómicos un imposible: transformar la imagen real en un retablo de maravillas.

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