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Columna
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Mercado

Tras la guerra al cava llega el boicot a los restantes productos catalanes. Desde el ensayo regeneracionista (1899-1914) las fuerzas políticas catalanas han ejercido con un objetivo casi obsesivo, la reforma y la modernización del Estado español. No ha resultado fácil influir en la vida del resto de España, desde una Cataluña que se muestra imprescindible y al mismo tiempo se siente postergada y repudiada. Los partidos catalanes que han intentado la aproximación a los resortes de poder en España -la Lliga y Convèrgencia i Unió- han pasado por similares vicisitudes con muy parecidas coincidencias. Francesc Cambó afirmaba en 1914: "Desde que es rey constitucional don Alfonso XIII - mayo de 1902- han prestado juramento ciento ochenta ministros, ni uno sólo catalán".

Tanto después del desastre colonial de 1898 como al finalizar el régimen franquista, el objetivo de estas dos organizaciones fue aproximarse a los centros de decisión política de la capital de España. Hubo momentos en que la estrategia funcionó, pero la Lliga y CiU pagaron el desgaste de una política posibilista repleta de concesiones. Los años de hegemonía del Partido Popular, con reiteradas mayorías absolutas, no sólo han marcado un hito en la marginación política catalana, sino que han propiciado el cambio político en Cataluña y la radicalización de la sociedad catalana, que vio durante esa década cómo sus intereses se veían mermados.

La actual reforma del Estatuto de Cataluña, con toda la polvareda que ha levantado, responde a un sentimiento de infravaloración de los centros catalanes de poder y al deseo de recuperar las posiciones perdidas. La inquina contra Cataluña no es nueva y experimenta especial virulencia en tiempos del bisabuelo del actual presidente de la Generalitat, Joan Maragall. En 1907 escribía, "ya sabéis ahora lo que vendrá a pediros la Solidaridad Catalana: vendrá a pediros la libertad de los pueblos españoles, la vida de España: la vida". Aquellos tiempos fueron definitorios de cuanto había de venir. Eran tiempos de proteccionismo que tan bien supieron aprovechar los empresarios catalanes. La unidad de mercado que entonces se conformó ahora está en peligro. En Madrid, las amas de casa se esfuerzan por llenar la cesta de la compra sin productos catalanes, a cuenta del Estatuto. Mientras en Cataluña, ¿qué duda cabe?, se está fraguando la respuesta. Algunos piensan que la sangre no llegará al río. Aunque también es cierto que con este panorama nos sobra la Unión Europea y la globalización acaba siendo una falacia. Cabe preguntarse, ante este panorama en la península ibérica, cuál va a ser la posición de los empresarios valencianos. No es fácil una respuesta, pero sería posible que aportaran un decidido respaldo a la sensatez. Estas heridas que se cerraron en falso hace años, pueden reabrirse y sus evoluciones son imprevisibles. La Comunidad Valenciana, ajena a un conflicto que no protagoniza, pero que le afecta, debería posicionarse para evitar exclusiones estériles, radicalizaciones innecesarias y oportunismos partidistas que pueden poner en práctica quienes hacen de la política un campo ajeno a la majestad de los principios y cualquier limitación ética. Cataluña es España, mientras no se demuestre lo contrario. Unidad de mercado.

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