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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Los chinos

1 Me acuerdo de la inevitable, muy irremediable frivolidad con la que actué hace tres años cuando, tras dar una vuelta completa a Barcelona en busca de cintas y typex para mi máquina de escribir eléctrica y no encontrar nada, decidí entregarme a la perdición y compré mi primer ordenador. Y es que en el angustiado periplo por la ciudad no encontré cintas ni siquiera en la entrañable tienda cercana a la plaza de Urquinaona que regentaba un matrimonio que hasta entonces había resistido heroicamente al empuje de los avances técnicos y seguía vendiendo exclusivamente máquinas de escribir. Era una tienda que visitaba siempre con la impresión de que todo aquello era un milagro y sus dueños (lo había deducido por su manera extraordinariamente fanática de hablarme de las máquinas Olympia), unos apasionados defensores de la mecanografía eléctrica.

Ignacio Martínez de Pisón (Pisón para los amigos), a quien le había contado la historia de ese extraño matrimonio que luchaba contra los avances técnicos, llegó a escribir un cuento en el que se inventaba que, enfrente de la tienda de los vendedores fanáticos de las máquinas Olympia, unos chinos montaban una bazar lleno de ordenadores, lo cual originaba la trágica ruina de la pequeña tienda resistente. Un cuento cruel que le pedí que no escribiera, pero que escribió. Temía yo que deviniera un cuento profético, y así fue. Pero, por suerte, del cuento se benefició sólo el matrimonio heroico de las máquinas Olympia. Y es que la pareja, temerosa de que ocurriera realmente lo que relataba Pisón (les filtré yo el cuento), se pasó de la noche a la mañana a los ordenadores y de rebote me obligó a hacerlo a mí también el día en que, tras dar esa vuelta completa a Barcelona, fui a su tienda como última esperanza del periplo y la encontré convertida en un establecimiento de venta de ordenadores. Muchas veces me he preguntado cómo habrían ido las cosas si Pisón no se hubiera empeñado en escribir ese cuento, o bien yo no le hubiera pasado el relato al matrimonio fanático. Pero qué le vamos a hacer si el mal (o tal vez el bien) ya está hecho.

2 África es el primer viaje al extranjero que realiza cada año el ministro de Exteriores chino. La costumbre se remonta a más de una década. Y este año ha tenido una dimensión especial cuando Pekín ha hecho público el Libro Blanco sobre África, en el que por primera vez reúne los principios que deben regir las relaciones con el continente olvidado. El documento fija los objetivos y las medidas que tomar para incrementar la cooperación entre ambas partes con una clara premisa: la sinceridad, la igualdad y el beneficio mutuo. Tanto los perspicaces dirigentes chinos como sus socios africanos consideran que la estrategia obligará a Estados Unidos y a Europa a replantearse su visión del continente africano. Yo creo que esa visión, por parte de Europa, es zumbada y canallesca, con muchos niños atropellados. Es una visión, por decirlo de algún modo, a lo París-Dakar, esa carrera suicida con la que nos dan la lata cada comienzo de año, y en 2006 aún más porque en motos ha ganado un paisano (¡que ha sido recibido como un héroe!).

Hay en la colonialista París-Dakar un desprecio notable a la vida propia y a la de los africanos. Y una concepción del viaje y la aventura totalmente estúpida. Nadie montado en una moto yendo a toda leche puede ver algo de los lugares que cruza. Un viaje así es de lo más criminal. Es el antiviaje por excelencia. Pero no lo van a prohibir, ciertos intereses comerciales priman por encima de todo. Mientras tanto, los astutos chinos, con su proverbial decencia en las costumbres, se aventuran en el continente africano con una fina inteligencia comercial y con tintes honrados. Los africanos ven en Pekín una alternativa a Occidente: un socio justo y, además, sin negros atropellados ni manchas de un pasado colonial.

3 Un apunte de Iván Serguéivich Turguéniev: "Era un chino que comerciaba con tinieblas en pequeña escala".

4 Decía Lichtenberg que el primer indio que descubrió a Cristóbal Colón hizo un mal descubrimiento. Según como vayan las cosas, esta frase quedará pronto obsoleta. Y es que el abogado chino Liu Gang sostiene que el infatigable navegante Zheng He (que inspiró la figura de Simbad el Marino) fue quien descubrió América, y lo hizo nada menos que 74 años antes que Cristóbal Colón. Me dicen que la noticia ha dejado apurados a los catalanes, valencianos y mallorquines que, apellidándose Colom, están estos días dejando en el Laboratorio de Identificación Genética de Granada muestras de saliva para realizar las pruebas de ADN que confirmen o descarten el origen catalán de Colón. Hasta ahora habían visto en los genoveses a sus máximos rivales, pero no contaban para nada con la sorpresa asiática y algunos, a causa de su perplejidad y también por su extraña forma de dejar la saliva, incluso están poniendo al descubierto un misterioso perfil chino. No somos nadie.

5 Kafka, en Durante la construcción de la muralla china, nos dice que sus paisanos (todos chinos) llevan una vida hasta cierto punto libre y sin ataduras, "aunque en absoluto indecente; en mis viajes apenas he visto en ninguna parte mayor decencia en las costumbres que la que reina en mi tierra". Los chinos en ese relato se guían, como siempre se guió Kafka, por las advertencias y máximas que les legaron los antiguos. Pienso ahora en Augusto Monterroso, escritor genial y también heredero de lo antiguo. Siempre me pareció un honesto cuentista chino como Kafka, sobre todo cuando nos decía que hubo una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía.

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