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Columna
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Voluntad, que no falte

De un tiempo a esta parte nos hemos acostumbrado a los esfuerzos ocasionales como remedo a nuestras debilidades o para asegurar nuestro paso a la celebridad. La fama es rentable, imaginamos. A tal supuesto se deben muchas hazañas públicas que se acometen. También las hay privadas, pero en ese ámbito allá cada cual, si uno quiere nadar de Cobarón a Bayona sin parar surcando todos los mares y océanos de Euskal Herria, o recorrer los pueblos de la susodicha por orden alfabético. Las que cuentan de verdad son las epopeyas que se acometen de forma colectiva, para restañar los males de la cosa pública o colocar a ésta en otra dimensión.

Buen ejemplo de una de estas gestas fue la que sucedió en Bilbao unos meses ha, cuando se convirtió a la villa en pintoresco circuito de velocidad, con el loable fin de que nos conocieran en todo el orbe (al menos en el influyente mundo de los aficionados a las World Series, quizás millones de espectadores ansiosos por admirar nuestras calles, nuestra ría). La historia tiene su miga. No parece que en Bilbao hubiese grandes ansias populares por albergar carreras de bólidos. De hecho, llevábamos siete siglos y pico con tal carencia y ni se había notado. Pues de la noche a la mañana, y no por una inexistente demanda, sino para colocarnos en el mapamundi de los circuitos de coches, se transformó por unos días parte de la ciudad. Y a apasionarnos por las carreras. La trama ha acabado en el Ayuntamiento como el rosario de la aurora, pero explica muy bien la intensidad con la que nos entregamos a las iniciativas voluntaristas, que con un golpe de timón quiere cambiar nuestras vidas. Hacerlas mejor.

Quizás sea un efecto derivado del efecto Guggenheim (un daño colateral, en este caso), esta inopinada confianza en bríos aislados, que pese a su soledad conceptual auguran cambios trascendentes. Tales veces nos lanzamos en picado, sin parar en mientes, en plan rumboso, que por nosotros no quede. Luego, como el efecto de la proeza resulta difícil de medir, conseguimos un bien colateral, lo que más nos gusta: un campo para la batalla dialéctica, urbana y política en el que echarnos los trastos; como no hay asideros concretos en los que agarrarse, nos movemos en lo fluido, sin reglas del juego. La movida sale un pastón, pero entretiene a la ciudadanía. Que no sea por dinero.

Esto de la iniciativa aislada, que exige grandes esfuerzos momentáneos y suscita algún entusiasmo la vivimos estos días. Me refiero al raro asunto del BEC.

Por razones incógnitas, no es Bilbao villa volcada en el baloncesto, pues en el terreno deportivo resulta casi monocultivo del fútbol (de ahí quizás el fracaso de las World Series). Sus sucesivos equipos baloncestísticos han pasado por mejores o peores momentos en medio de la indiferencia general. Pues bien, como toca que el equipo local juegue con el vecino de Vitoria - en este caso no hay gran rivalidad, pues está a años luz- se ha desatado otra iniciativa épica, de las que dejan su impronta en la memoria de los pueblos. Ha habido llamamiento para que acudan multitudes. También se ha montado una cancha de juego en el BEC. Las piezas se han traído desde Sevilla, nada menos, y se han ido ensamblando en plan hormiguita. Y todo para un rato, un solo rato lleno de emociones y trastornos.

Lo extraño es que el partido de marras ha despertado tal expectación que ni hay entradas. De pronto, nos hemos dado al baloncesto. O, a lo mejor, nuestra inclinación consiste en los acontecimientos bien publicitados y que requieren equipamientos efímeros. Una suerte de circo de quita y pon devenido en aventura colectiva. Nos gustan estas hombradas.

Así, estamos volcados en lo episódico, en los acontecimientos históricos que no se viven todos los días, en las iniciativas desperdigadas, que aunque no hacen granero se asegura ayudan al compañero. El voluntarismo nos inunda y de él y de la alegre camaradería nos llegará la dicha y la salvación.

Me había propuesto no hablar del BEC y de la convocatoria de Batasuna, para dar la nota de ser de los pocos que no ponen en estos días su granito de arena sobre tal despliegue de voluntarismos, pero no sé si lo he conseguido. ¿Los entusiasmos voluntaristas mueven montañas? Al parecer, no.

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