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¿Sentir Europa?

Joan Subirats

Tenemos nueva presidencia en Europa y nosotros sin enterarnos. Wolfgang Schüssel, el canciller austriaco y nuevo presidente de la Unión, se estrenó hace unos días atreviéndose a relanzar el proyecto europeo hablando de lo que denominó "el modelo de vida europeo". Según el dignatario austriaco, no podemos reabrir el melón europeo sin antes hablar de cohesión social, cómo somos, qué queremos y cuáles son las fronteras de la Unión. La valentía del dirigente centroeuropeo no debe pasarse por alto. "Si queremos reactivar psicológicamente la Unión tenemos que dar respuesta a los problemas de los ciudadanos"... "El sistema europeo de vida supone economía desarrollada, cohesión social, alto nivel de vida, paz, estabilidad... La gente no es consciente de ello...". Podríamos añadir de nuestra propia cosecha que la gente no sólo no es consciente de ello, sino que probablemente viva en alguna forma de disonancia cognitiva por la cual se siente en precario y con crecientes vulnerabilidades laborales y sociales cuando, en cambio, vive, quizá sin saberlo, en un modelo vital que seguiría ofreciendo seguridad y bienestar.

Es curioso observar que la Cumbre de Lisboa, de 2000, con su acuerdo final hecho de compromisos imposibles entre competitividad y cohesión social, sigue sirviendo de imaginario colectivo con el que recuperar el momentum europeo. La cumbre informal celebrada en Hampton Court significó el aldabonazo del semestre europeo. Y surge de esa reunión la voluntad de coger el toro europeo por los cuernos y hablar de quiénes somos, adónde vamos y cuáles son los límites de nuestra comunidad. La tarea no es fácil. Una Europa envejecida y con dificultades para acoger la nueva savia de la inmigración trata de mantener su pulso comercial en la globalización hablando de que compartimos una manera de vivir que podemos calificar como europea. Hace tiempo que sabemos que la construcción europea se ha ido basando en todo lo contrario: no hablar de quiénes somos, no tratar de relacionarnos en función de principios que no sabemos si compartimos y, en cambio, tratar de armar lazos y vínculos comunes a partir de repartir, vender y comprar. No hablemos de inputs (principios, valores, modelos), construyamos desde los outputs (subvenciones, fondos, intercambios).

Aparentemente, la presidencia austriaca aspira a superar el callejón sin salida europea tras el no francés y holandés, resituando el debate en las esencias. Pero, ¿es eso posible? Llevamos 60 años de construcción europea de "perfil político bajo", y justo ahora, ¿sabremos recuperar aire y fuerzas para rearmar Europa a las puertas de su ampliación más aventurada? ¿Podremos comparar el apenas 15% de su PIB dedicado a gasto social de países como Lituania, Irlanda o Letonia, con el casi 30% que dedica Suecia al mismo campo? Pero, a pesar de todo, lo cierto es que si buscamos los 50 países con mejores niveles de vida del mundo, de ellos 25 son países miembros de la Unión Europea. Pero también es cierto que el Gobierno de Alemania ha visto como operaban en su país agentes norteamericanos sin aparentemente poder contrarrestar acciones claramente contrarias a nuestro modelo de vida, o como existen cárceles de obediencia extraterritorial en algunos de los países miembro o de los candidatos a serlo. Si queremos bucear en los elementos de una hipotética identidad europea, o bien nos dedicamos como hizo Vaclav Havel a remendar ideales cristianos con retales de modernidad republicana, o nos dedicamos a hablar de condiciones de trabajo y de políticas sociales. Deberíamos empezar a reconocer que las posibilidades de crecimiento de Europa no dependen de nuestra capacidad de competir en productividad con chinos o coreanos, sino de nuestra capacidad de seguir ofreciendo calidad de vida laboral y social a nuestros conciudadanos. Pero, ¿podemos seguir hablando de modelo de vida europeo con ese minúsculo presupuesto de la Unión que apenas supera el 1% del PIB comunitario, y cuyo montante final se dedica en una gran parte a la política agrícola? ¿De qué modelo hablamos? ¿Hablamos de un desempleo que se situó a finales de 2005 en alreredor del 10%? ¿Hablamos de ese 15% de la población europea que está bajo la línea de pobreza? ¿Hablamos de que el número de los trabajadores precarios no para de crecer, con ese 16% de los empleados que son "autónomos-dependientes" o con cerca del 15% que trabajan con contratos temporales?

Si seguimos así, y amenazamos con cosas como la directiva Bolkenstein, lo único que conseguiremos es que la desorientación aumente y el descrédito de la construcción europea se sume a los desencantos de una gran parte de la población europea que mira su futuro con creciente incertidumbre. Decía recientemente el profesor de Berlín Elmar Altvater que, de acuerdo con las teorías de la integración, para ofrecer bienes y servicios es preciso infraestructura material (redes viarias, de comunicaciones y de suministro de energía), e infraestructura inmaterial vinculada a la seguridad de las personas (educación, asistencia sanitaria, seguridad alimentaria y normas socioeconómicas básicas). Si lo que ha hecho la Unión Europea es construir una manera de vivir en Europa basada en ambas integraciones, no nos conviene avanzar por la vía de la integración negativa, cifrándolo todo a la desregulación y a la privatización de bienes públicos importantes. De lo contrario enajenaremos voluntades, enajenaremos hearts ans minds.

Este fin de semana el CIDOB junto con el Ayuntamiento de Barcelona, vuelve a organizar una de sus ya habituales reuniones con expertos internacionales, esta vez hablando de Europa y de su futuro, mezclando sabiamente crisis y oportunidad. Es una buena oportunidad para hablar de lo que definía Wolfgang Schüssel como "la palabra mágica (de Europa): equilibrio". No podemos seguir basando el modelo europeo en la despiada competencia fiscal y en la evidente desigualdad social entre sus componentes. Si seguimos así, el cada vez más frágil techo europeo se nos vendrá abajo, y dejaremos sin las cortapisas actuales las evidentes tendencias neonacionalistas de unos y otros. Si nos sentimos orgullosos de nuestro modelo social, tratemos de preservarlo. Y demos más espacio a los ciudadanos de esa Europa que ahora no encuentra su base social.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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