Colegios privados
El señor Manuel Fidalgo afirma que hay miedo a la libertad porque el estado no deja a los colegios privados sostenidos con fondos públicos hacer lo que les venga en gana con los dineros de todos. Pues ya me dirá qué "libertad de opciones" podemos encontrar en los pueblos de los territorios desfavorecidos o alejados como cualquier comarca serrana andaluza, en los que hace años "la iniciativa de personas y entidades" que él defiende provocaba la emigración y el analfabetismo de sus gentes.
Por el contrario, hoy "la burocracia del Estado que nos hace a todos un poco más inútiles" (¿lo dice por esos niños que ahora reciben educación en las zonas más insospechadas y remotas?) esa que "llega adonde los ciudadanos no pueden" (o no prevén beneficios económicos o influencias) ha conseguido que esas personas discriminadas puedan poblar nuestras comarcas olvidadas y que sus hijos dispongan de centros educativos bien dotados.
Afirma que el costo del puesto escolar de un colegio concertado es el 62% del colegio público, (ya se sabe que las medias verdades son las peores mentiras) y se le olvida que los centros privados, salvo honrosas excepciones, -sostenidos o no con dinero de todos-, se ubican en barrios y zonas de elite, donde puedan adoctrinar ideológicamente e influir en la sociedad, cerca de las clases medias o altas, sin obviar, por supuesto, el beneficio económico que pudieran obtener; en tanto que el estado debe construir centros educativos en zonas poco pobladas, con peores infraestructuras, o en zonas donde nadie quiere ir, como son los barrios con alumnado inmigrante (que los concertados hacen lo imposible por desviar a los públicos) o con alumnado discapacitado, que solo encuentra acomodo en centros públicos específicos o en aulas específicas ubicadas en centros públicos, con profesorado especializado, lo cual conlleva que el coste por alumno sea, sin remedio, bastante más alto.
No es del todo cierto que el 80% de los ciudadanos demande clases de religión, porque se le olvida que en Secundaria casi nadie opta por dicha asignatura, pero aunque así fuera, si tanto ama la libertad, no puede pretender imponerme a mí, como padre que no desea que sus hijos sean adoctrinados en una clase donde no son la razón y la duda sistemática, sino la fe y el dogma las bases de la enseñanza, la obligación de aceptar una asignatura alternativa de tales características o similar.
Yo no tengo miedo a la libertad, señor Fidalgo, y estoy seguro de que los españoles no tenemos miedo a la libertad. Sí, en cambio, tenemos miedo de aquellos que en su nombre hacen todo lo posible por cercenarla.
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