Varas de medir
Los dos hechos ocurrieron casi a la vez. Ambos son muy tristes y pido perdón por recurrir a ellos para ilustrar una vulgar asimetría. Los dos muestran la dudosa ética que gobierna nuestro tiempo pero también nuestra condición de víctimas mediáticas, de muñecos zaheridos por el viento informativo. Cada uno en una ciudad distinta, pero bien podían haber ocurrido en cualquier otra.
Bilbao. La familia atraviesa el paso de cebra, invitada por una furgoneta que ya se ha detenido. Por el siguiente carril circula otra furgoneta que, cegada por la presencia de la primera, no ve cruzar a la familia. La furgoneta atropella a dos niños pequeños, los arrastra más de cuarenta metros por la calzada. Ambos niños mueren.
Sevilla. La familia atraviesa la carretera. Es una vía rápida y no cruza por un paso señalizado. Por allí circula el coche de un hombre que se dirige a su trabajo. El coche atropella a una niña de la familia. La niña sufre heridas leves.
Bilbao. El autor del atropello con resultado de dos niños muertos presta declaración, pero ni siquiera es detenido.
Sevilla. El autor del atropello con resultado de heridas leves es asesinado por los familiares de la niña.
Bilbao. La responsabilidad obra por elevación. Nadie habla del conductor, ni casi nadie de la general negligencia de la ciudadanía al conducir. Se recurre a las instituciones, a la responsabilidad política, a las actas del consejo de distrito y de los plenos municipales.
Sevilla. La responsabilidad obra por descenso. Aquí de lo que nadie habla es de normas de tráfico, seguridad vial u ordenanzas locales. Se recurre a la ejecución sumaria. El autor del atropello no llega a prestar declaración: unos familiares de la niña ya le han descerrajado varios tiros.
Bilbao. La responsabilidad es abstracta, política, compleja. De abstracta que parece nadie menciona responsabilidades penales, ni responsabilidades civiles, ni siquiera la responsabilidad patrimonial de la administración. Se acude sin preámbulos a la responsabilidad política. El impulso por elevación supera incluso la competencia de cada institución, pues el atropello casi parece tener su causa directa en un conflicto de competencias, en una disputa entre administraciones. Es como si a los niños no los hubiera matado nadie, es como si los hubiera matado la Ley de Territorios Históricos.
Sevilla. La responsabilidad es concreta, inmediata, feroz. No hay lugar a implicaciones urbanísticas, ya que se opta por la venganza bíblica, la revancha de sangre, la aplicación sumaria de las leyes egipcíacas, egiptanas, del clan o de la tribu. No hay tiempo para atestados, ni para detenciones, ni para concentraciones de protesta: apenas el suficiente para ver lo que ha pasado y desenfundar el arma.
Bilbao. El autor del atropello se encuentra en libertad. El foco se desplaza hacia un par de políticos. Se solicitan comparecencias, se cruzan notas de prensa, comunicados, se exigen debates y compromisos. Nadie recuerda si hubo alguien que aceleró, o que echó el freno, o que al menos pasara por allí. Todo adquiere un sentido teatral que se finge democrático, pero que se resuelve en mera escenografía. (Realmente no vivimos en democracia, sino en un régimen escenográfico, pero ésa es otra historia).
Sevilla. El autor del levísimo atropello ya ha sido liquidado. Ni siquiera le queda un gramo de conciencia para reflexionar sobre sus actos. Ahí sí que nadie alcanza a sospechar si hubo o no políticos implicados. Los familiares de la criatura han resuelto el caso en cuestión de segundos. De las responsabilidades políticas... ¿quién pide responsabilidades políticas?
Lo que yo pido a lo más alto es no encontrarme jamás en situación de ver cómo atropellan a un ser querido. Pero si es así espero tener la cordura suficiente como para no tomarme la justicia por mi mano, y también el coraje necesario para recogerme en mi dolor, para dar la espalda a los demagogos que planearán alrededor, en busca de un sorbo de sangre.
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