La fantasía acabó imponiéndose
En un plazo inferior a un año, el Liceo de Barcelona y el Teatro Real de Madrid han llevado por primera vez a sus escenarios la obra quizá más específicamente inglesa de Benjamin Britten, El sueño de una noche de verano, fiel adaptación de la obra del mismo título de Shakespeare, y punto de enlace con Purcell, y por consiguiente con la ópera inglesa en su momento de mayor esplendor, a través de La reina de las hadas. Dominique y Jean Ives Bosseur escriben en su libro sobre la música contemporánea después de 1945 que "para Britten situarse con respecto a un pasado significa la imposibilidad de vivir en un país sin raíces o, mejor dicho, vivir sin las raíces del propio país". Para la ocasión, el Real encargó una nueva producción al gran esteta italiano Pier Luigi Pizzi e hizo debutar en el personaje de Oberón al contratenor español Carlos Mena.
El sueño de una noche de verano
De Benjamin Britten. Director musical: Ion Marin. Director de escena: Pier Luigi Pizzi. Con Carlos Mena, Heidi Grant Murphy, Rafa Delgado, Darren Jeffery, Hilary Summers, John McVeigh, Grant Doyle, Christine Rice, Kate Royal, Conal Coad, Henry Waddington, Christopher Gillet, Scott Wilde, Colin Judson, Lee Poulis y otros. Orquesta Sinfónica de Madrid, Coro Pueri Cantores de Vicenza. Nueva producción. Teatro Real. Madrid, 11 de enero.
¿Se tomaron los artistas en el intermedio un Adiro 300, u otro tipo de estimulante intelectual? Eso pareció por la descompensación de calidad entre las dos partes en que se dividió el espectáculo. En la primera todo estaba a punto de despegar, pero no acababa de hacerlo. La orquesta sonaba rígida, sin misterio, con sosería en los glissandos, demasiado pegada al suelo; los cantantes tenían un punto de agarrotamiento y la dirección escénica, sobre una escenografía de cartón piedra heredera en cierto modo de la utilizada en Celos aún del aire matan, era trivial, repetitiva en los efectos, casi colegial. Se percibía la ambición estética del planteamiento pero no llegaba a cuajar.
Con los mismos artistas todo tuvo otro aire en la segunda parte. De entrada, Ion Marin dio alas a la orquesta que pasó de la banalidad a la brillantez, de la austeridad sonora al refinamiento, de la desgana a la vitalidad. Milagroso. Los cantantes también despertaron y se elevaron de lo simplemente correcto a realizar un trabajo impecable, tanto individual como de grupo. Carlos Mena dio empaque a su personaje en una línea intermedia entre James Bowman y David Daniels, con gran calidad en el registro grave y con un vibrato utilizado para reforzar la expresividad. No resultó tan angelical y seductor como en su Vivaldi con Duato en este mismo teatro, pero mostró entidad y redondez en la construcción de un personaje nada fácil. Con notable lirismo se desenvolvió Heidi Grant Murphy como Titania, estuvieron equilibradas las dos parejas de enamorados y fue habilidoso el grupo de rústicos en su representación teatral, con la ayuda de un simpático perrito que despertó con sus ladridos muchas sonrisas en la sala y que al final no compareció en los saludos.
Pizzi sacó entonces sus mejores recursos teatrales y la fantasía empezó a apoderarse de la escena. Los coros tenían otra ligereza en el movimiento y hasta la escenografía adquirió un tono más liviano. De lo previsible se desembocó en lo magistral. Y así un espectáculo que estaba después de la primera parte en el filo de la navaja culminó en un éxito considerable, y la atmósfera de historia mágica y de ingenio teatral se fue extendiendo sin posibilidad de vuelta atrás.
Babelia
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