_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Feliz consumo!

En estas navidades empresas y comerciantes han hecho su agosto en diciembre y rematarán la operación en enero con las rebajas. La publicidad batirá el pleno, más si cabe que en ediciones anteriores, por si a los potenciales compradores les decayera el ánimo ante perspectivas inciertas. La Iglesia, última institución moralista en activo, habrá condenado (rutinariamente) el materialismo que ahoga el espíritu de la que fue fiesta de la piedad, el amor cristiano, la caridad y el reencuentro, rasgos ahora evocados en las cuñas publicitarias. Algunos (pocos) intelectuales progresistas, ayer ensalzados, hoy tildados de reaccionarios por cuestionar el signo de los tiempos, ratificarán su denuncia de la alienación a que nos somete el consumismo imperante. El consumidor ocupará el centro de todas las atenciones, pantallas, escenarios y ambientes, tapando con su tiránica omnipresencia al productor de los bienes de consumo, como si éste no existiera, como si éstos surgieran en vitrinas y anaqueles por arte de magia. Las familias españolas se endeudarán alguna décima más, y al éxtasis del consumo consumado le seguirá la tristeza post compra por el aburrimiento del objeto ya poseído y por la melancolía del placer ya satisfecho.

El comercio ha hecho su agosto en diciembre y rematará la operación en enero con las rebajas

La dialéctica de crítica y exaltación del consumo tiene un brillante ideólogo en Vicente Verdú, con metáforas seductoras y expresiones logradas: El consumismo es un humanismo (EL PAÍS, 8-12-2005), artículo en el que sintetiza sus provocadoras tesis sobre las virtudes y los beneficios del consumo, ampliamente expuestas en su reciente libro Yo y tú, objetos de lujo (Editorial Debate). El primer mundo, en general, y la sociedad española, en particular, se prestan a la caricaturización por el consumismo, a la elaboración de análisis-ficción para un tiempo de incertidumbres individuales y de desorientación colectiva. La economía, liberada momentáneamente de la política, ha metido a la humanidad en el callejón sin salida del crecimiento-consumo infinito, del que ésta sólo podrá salir cambiando a un consumo sostenible y equitativo o colonizando un par de Tierras más.

No es serio oponer el "consumo sin fin" a los interrogantes y las alertas planteados por "los límites del crecimiento", el primer informe al Club de Roma, avalado por más de 30 años de crisis medioambientales, económicas y sociales, ya de carácter planetario. Y es tramposa la dicotomía "o hay consumo o no hay sociedad", nos ahorra la distinción esencial entre el consumo necesario y el superfluo, y aun aceptando que la distinción es histórica y social, luego cambiante, la distinción entre el uno y el otro marca la diferencia entre lo responsable y lo insensato o compulsivo. El "fin de la historia" por el triunfo de la igualitaria sociedad de consumo es tan ilusorio como el que anunció Francis Fukuyama por el triunfo del liberalismo a la caída del comunismo.

¿Todos iguales ante el consumo? Nada más engañoso. A la fiesta del consumo no están invitados todos, ni mucho menos, y si no que se lo cuenten a los cerca de nueve millones de españoles que malviven en la pobreza y a otros millones que sobrellevan privaciones humillantes cuando se canta la victoria del consumo de masas. ¿A mayor consumo, mayor prosperidad? Cierto, como reflejan los beneficios millonarios de muchas empresas y, en primer lugar, de los bancos y cajas que gestionan los movimientos de capital y los créditos a los compradores. Falso, como saben los parados con o sin trabajo negro, los trabajadores con contrato precario, los funcionarios con sueldos congelados en la práctica, los jubilados y las viudas con el SOVI o con las pensiones mínimas...A estas multitudes, inmersas enagobiantes apuros, reempobrecidas continuamente por la inflación, la divisa "a la felicidad por el consumo" sólo les puede sonar a escarnio. El consumo pletórico de los menos, favorecido con frecuencia por el dinero fácil de especuladores y aprovechados, no trae la prosperidad a los muchos que consumen lo que pueden, no lo que necesitan.

El empeño en anunciar el alumbramiento de nuevas épocas no es raro, como tampoco lo es el intento de formular teorías simplistas de la contemporaneidad por muy compleja y confusa que ésta se manifieste. Hoy en día serán ambos propósitos más fugaces y efímeros cuanto más se aparten de los determinantes indicadores globales y planetarios, sin olvidar los locales (Barcelona se ofrece como el paraíso del consumidor exigente, pero en la ciudad hay más de 300.000 pobres y varios miles más de personas al borde del precipicio de la pobreza). Nada más sensible a esos indicadores que el consumo y nada más arriesgado que elucubrar sobre la evolución de éste. El reparo al consumismo no se asienta sólo en el orden moral, en nombre de creencias religiosas o de igualdades republicanas, sino que incorpora también un apremiante orden material. A la vista de los cambios físicos que se advierten, el principio de precaución invita a pensar que el siglo XXI resultará profundamente marcado por la crisis planetaria climática y medioambiental, que comportará un replanteamiento a fondo del consumo, empezando por el disparatado dispendio de recursos en las islas de la superabundancia del primer mundo. Ninguna reflexión sobre nuestro tiempo puede ignorar esta posibilidad y quedarse en la superficie de las apariencias dominantes, salvo que se conforme con ser gratuita o un mero entretenimiento más del género ensayo-ficción.

Jordi Garcia-Petit es académico numerario de la Real Academia de Doctores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_