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Columna
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Mentiras

José Luis Ferris

Me sorprende mucho que, a estas alturas de la película, alguien pueda dudar del enorme poder de la mentira. Lo dijo Kant hace casi tres siglos: "Un mundo sin mentira no puede ser habitado por seres humanos". Y a decir verdad, si la mentira desapareciera de la faz de la tierra, el mundo caería de inmediato en el absurdo, en el caos y posiblemente en la desintegración social. Teresa de Jesús decía que no se debía mentir ni para salvar un alma, pero si no se echara mano del embuste, las relaciones humanas serían imposibles, entre otras cosas porque no estamos preparados para oír la verdad, sobre todo la verdad sobre nosotros mismos. Ya sea piadosa o diplomática, la mentira nos hace más amables y nos exculpa de situaciones difíciles y hostiles. Decirle a nuestro vecino del quinto que tiene un aspecto envidiable cuando sabemos de antemano que padece un mal irreversible y que apenas le quedan dos meses de vida es una trola bienintencionada pero solemne; la misma que soltamos a esos amigos que acaban de tener un bebé, arrugado y feíto en su Jané aerodinámico, y nos lo muestran felices para escuchar de nuestra boca: "Joder, es precioso, ¿y a quién se le parece?".

Desde bien niños mentimos para salvar el pellejo, para defendernos ante un conflicto, ante una posible desaprobación o, simplemente, para que nos quieran más. "Te la has ganado, Vidal", le dije a un compañero de colegio grande y desalmado que me acababa de reventar la nariz en el patio del colegio, "mi padre es policía y MI primo, que va a PREU, te va a esperar en la puerta". Claro que no tenía ningún primo grandullón ni mi padre era un antidisturbios con porra y pistola, pero la mentira sirvió para que me dejara en paz y se metiera con otro. Se miente para encubrir una infidelidad o para esconder un pensamiento. Si el general Mena se hubiera metido en la funda del sable su opinión sobre Cataluña y su afán intervencionista ahora no estaría pagando el castigo que se merece. Debería saber que el colectivo más embustero es el de los políticos, seguido de comerciantes, publicistas y criminales. Mentir es una táctica de supervivencia y, desgraciadamente, la norma social más arraigada a nuestras vidas.

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