Augurios
En La Habana me despertaba el gallo del vecino a las seis en punto de la mañana. Antes de que clarearan las cortinas y se oyera ningún grito en el solar el gallo cantaba con tanta energía que parecía que la historia de la humanidad iba a comenzar de nuevo en ese momento y esto sucedió desde mi llegada a Cuba durante una semana entera hasta que en la madrugada del nuevo año el gallo dejó de cantar. Al día siguiente, viendo que su silencio era muy consagrado, pregunté qué le pudo haber pasado al animal. Su cresta estará, tal vez, flotando en el mar, me dijeron, en cuya orilla habrá sido sacrificado a Changó, la divinidad que gobierna el vigor de los sentidos. Su sangre se la habrán dado a beber al santo, reservando la pechuga y los muslos para sus devotos. Nada ha cambiado. Antes de morir, con el tarro de la cicuta en la mano, también Sócrates recordó a su discípulo Critón que le debía un gallo a Esculapio, el dios de la salud. Este misterio socrático lo recordaba yo mientras sonaba el tambor de fundamento en la Casona de Cuca, en los altos del barrio de Víbora, durante la ceremonia en que una fracción contestataria de babalaos, sacerdotes de Ifá, lanzaba los augurios del año. Todo irá bien si acompañamos nuestras plegarias a Obatalá con raspaduras de arreos de caballo, maíz crudo, aguardiente, manteca de corojo, miel de abeja, cascarilla y un roedor silvestre llamado jutía, ahumado, de carne muy apreciada por los dioses y los humanos. Con respecto a la naturaleza los vaticinios de los babalaos de Ifá son muy parecidos a los que promulga el Calendario Zaragozano: este año habrá terremotos, inundaciones y sequías, olas de frío y de calor, aunque no se especifica dónde ni cuándo. Por lo demás, morirán algunos políticos famosos, habrá guerras y enfermedades desconocidas, y sólo se salvarán quienes refresquen a Oggún con agua de coco y coloquen una cabeza de carnero en puntos estratégicos para que no entren los enemigos del alma. En el dintel de la Casona de Cuca pendía un pollo sin cabeza sobre la gorra blanca del babalao que impartía la Letra del Año 2006 entre una imagen del Corazón de Jesús y otra de Santa Bárbara. Todos los magos del mundo se aseguran el futuro con comida y regalos a los dioses, bien con oro, incienso y mirra los muy ricos, bien con un hígado de gato los más pobres. El mismo Sócrates mandó sacrificar un gallo a Esculapio antes de morir y la cresta del que a mi me despertaba en La Habana también estará ya en el reino de los muertos, con tanto brío como cantaba.
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