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Columna
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Programaciones

Ya dijo Séneca que el ser humano feliz no es aquel en cuya casa abundan los bienes, sino aquel que encierra en el alma su bien. Y ya había sentenciado Epicuro que las grandes cosas son las que no se compran. En fin, filosofías que a estas alturas parecen más bien literaturas, es decir, obra de algún delirio de ficción. Hasta la copla sabe que quedan (cuatro) cosas que ni se compran ni se venden, pero para todo lo demás están el efectivo-cash, o las tarjetas de débito o de crédito, o los pagos fraccionados o aplazados con o sin interés, o los préstamos concienzudos o los exprés, esos que se conceden en un plis plas (expresión que recuerda a un par de tortas) con una simple llamada telefónica. Crédito expreso como el café: negro y apretado; o crédito exprimido hasta la última gota.

No es que se trate de una causa perdida sino que se presenta como directamente desahuciada. Por eso, más práctico que llevarse las manos a la cabeza contra el consumismo parece llevárselas a la cartera con un resto de resistencia crítica o de sentido socio-común. Concentraré hoy mis reservas y objeciones en el ámbito del consumo infantil que ofrece un aspecto desordenado e inquietante, a pesar de ser, en y por principio, el que deja y exige más margen de intervención. No hablaré del contenido esencial y estructuralmente violento de tantísimos video juegos que por ahí y por aquí circulan en abierto. Un reciente informe de Amnistía Internacional aborda el tema con lujo de detalles. Tampoco de las ingestiones-basura que están disparando los índices de obesidad entre los pequeños. Voy a centrarme en algo en apariencia mucho más natural.

Un año más las Navidades o, por utilizar un término más preciso, la campaña navideña nos ha ofrecido un nutrido muestrario de diseños y anuncios de juguetes. Sexistas. Encuentro desolador y deprimente en lo privado e inaceptable en lo político, que se sigan difundiendo con toda alegría mensajes publicitarios que destinan a las niñas al cuidado del bebé o la mascota, mientras ofrecen a los chicos la acción, la decisión, el poder. "Tendrás todo el poder" les prometía a ellos uno de esos mensajes comerciales; un segundo antes (en la misma cadena de televisión pública) se les había ofrecido a ellas la apasionante posibilidad de usar el mismo perfume que su muñeca (o usarse de muñeca para el mismo perfume). Deprimente e inaceptable que hasta las bicicletas -que de tantas maneras son escenario de mestizajes todo terreno- se sigan usando como pretexto para dividir y condicionar desde la más tierna infancia. Una gran superficie ofrecía estos días, mediante anuncios ampliamente difundidos, modelos de cuatro ruedas para "bomberos" y "princesas".

La pregunta es hasta cuándo en este país, que se enorgullece de estar adoptando leyes avanzadísimas en materia de derechos y libertades individuales, se va a mantener semejante desfase, semejante atraso sexista. Y también me pregunto qué sentido tiene que se concentren recursos y discursos en reparar o aliviar las consecuencias del machismo más recalcitrante (muy malamente, por cierto, que sólo llevamos una semana de enero y ya son cuatro las mujeres muertas por violencia de género); qué sentido tiene abordar el sexismo en su desembocadura machista más brutal, si en la fuente se permite y se alienta el reinicio del ciclo. Si en la fuente, cuando todo podría y debería ser de otra manera, a los niños ya las niñas se les inculca a través del juego, es decir, en el momento en que son más receptivos y por lo tanto vulnerables, que están destinados a ocupar puestos distintos en el mundo. "Serás princesa; cuidarás al bebé; te adornarás con joyas y perfumes", frente al "correrás, lucharás, tendrás todo el poder". Y así vuelta a empezar. Vuelta a engrosar estadísticas de infelicidad de frustración, de discriminación, de mal trato. Y finalmente de muerte brutal. No hay o, por lo menos, estos no son juegos de niños. Son juegos que los adultos diseñan para los niños y luego les trasmiten. Son programas y programaciones.

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