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EL FUTURO DE ORIENTE PRÓXIMO

Alegría en las calles palestinas y prudencia entre los líderes

"Carnicero" y "criminal de guerra" son los calificativos más frecuentes que los palestinos de a pie y muchos ciudadanos de los países árabes dedican a Ariel Sharon. En las calles de Cisjordania y Gaza es frecuente observar estos días celebraciones por la hospitalización del ex primer ministro, repartos de dulces a los conductores y expresiones de deseo de una rápida muerte del gobernante. Algo similar a lo que sucede en los movimientos fundamentalistas palestinos, que no ocultan su alegría por el devenir de los acontecimientos. "Si Sharon fallece, no hay duda de que la situación política cambiará. Pero para bien. Porque un dictador y un asesino desaparecerá", viene repitiendo estos días Mushir al Masri, portavoz de Hamás en la franja de Gaza.

En medios gubernamentales palestinos las reacciones son muy distintas. El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, telefoneó ayer al primer ministro en funciones, Ehud Olmert, para interesarse por el estado del enfermo. Y la preocupación es evidente porque sin Sharon al frente del Gobierno se abre un periodo de incertidumbre, y seguro que de paralización, sobre el moribundo proceso de paz.

De cara a la galería, los mandamases palestinos aseguran que las elecciones legislativas previstas para el 25 de enero no van a suspenderse. Aunque dirigentes opositores al partido oficialista, Al Fatah, afirman que la ANP desea hallar un pretexto para aplazarlas, temerosa del empuje de Hamás. "Sigo la enfermedad de Sharon con preocupación. No hay duda de que esto afecta a Israel, pero no impedirá la celebración de los comicios", declaró ayer Abbas. Su primer ministro, Ahmed Qurei, añadió: "Siempre buscamos un líder en Israel preparado para unas negociaciones creíbles. No hay duda de que la desaparición de Sharon tendrá implicaciones para toda la región".

Al margen de las intenciones que Sharon albergará para el futuro, los pactos de paz entre el Estado judío y la OLP u otros países árabes, siempre se han alcanzado cuando en Israel gobernaba un mandatario carismático con credenciales guerreras. Fue el caso de los acuerdos de Camp David, firmados a finales de los años 70 por Menahem Begin y el presidente egipcio, Anuar el Sadat; o el acuerdo de paz suscrito entre Isaac Rabin y el rey Husein de Jordania hace una década. Para los que rechazan la negociación, es irrelevante quién se halle al frente del Ejecutivo israelí.

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