Las asesinas están entre nosotros
Muriel Degauque, de 38 años y nacida en Charleroi (Bélgica), ha pasado al parecer a la posteridad como la primera mujer europea que realiza un ataque suicida. Ocurrió el 9 de noviembre en Baquba (Irak) y afortunadamente su acción criminal sólo terminó con su propia vida, aunque dejó malherido a un soldado norteamericano. La noticia conmocionó a sus conciudadanos y obtuvo titulares y espacios privilegiados en los medios de comunicación de todo el mundo. "Educada como católica en Bélgica, murió como una bomba musulmana", tituló el Times de Nueva York, optando así por una dualidad con aroma de choque de civilizaciones. Es una más de las muy malas noticias que nos ha proporcionado 2005, pero en esta hay algo específico que la sitúa bajo el foco de atención.
Los yihadistas ya no son extranjeros, sino que pueden ser nuestros hijos y hermanos. Nosotros, civilizados europeos, podemos convertirnos en el otro absoluto y destructor. Y si fuera verdad que estamos en guerra, en la guerra de Bush, nada más lógico que interpretar la tragedia de Charleroi desde la mitología más ancestral, que hace a las mujeres parte del botín y a veces -recordemos Troya- el botín mismo y motivo del conflicto bélico. En el enfrentamiento que nos pintan entre la Bestia y el Ángel, remueve las turbias y profundas aguas de la psique que el enemigo nos arrebate las mujeres y las utilice como arma de guerra contra nosotros mismos. Sucede esto en el año de los atentados de Londres y después del vendaval incendiario de los suburbios franceses, cuando unos y otros emiten doctos veredictos sobre las ruinas reales o imaginarias de los modelos de integración en Europa.
Pero en vez de adentrarnos en el bosque sombrío e impreciso de los mitos y prejuicios, ciñámonos a las estadísticas. Rohan Gunaratna, un experto cingalés en terrorismo global, considera que la participación de las mujeres en la actividad terrorista mundial es del 30%. Mia Bloom, profesora de la Universidad de Cincinatti, ha contabilizado que un 15% de los ataques suicidas perpetrados en los últimos años por 17 grupos en todo el planeta han corrido a cargo de mujeres. Hace tiempo que las mujeres participan en las guerrillas y en las actividades terroristas con niveles muy paralelos a su participación en la política pacífica, aunque nadie diría a simple vista que su intervención en atentados sea del rango cuantitativo que calibran los expertos. Recordemos que en los parlamentos europeos representan el 24%, y en el conjunto mundial el 16%. Analizada en estos términos, la desgraciada y novedosa acción de Muriel se sitúa en el contexto europeo, donde hay una buena proporción de población musulmana y de origen inmigrante y son frecuentes los matrimonios mixtos.
La participación de las mujeres en el terrorismo obliga, en todo caso, a un esfuerzo de seguridad acrecentado: las mujeres, y sobre todo las mujeres encinta, no son registradas con la misma minuciosidad que los hombres. Hacerlo puede servir para extender el sentido de humillación que producen los registros a toda la población concernida. El terrorismo femenino apela además a la emulación dentro de su comunidad por parte de los hombres dubitativos. Y encuentra un encaje relativamente fácil, o así lo asegura Mia Bloom, con los códigos de conducta y de honor de sus sociedades. La especialista recuerda el caso de Reem Riashi, madre de dos niños y primera mujer de Hamás en sacrificarse, forzada a la vez por su marido y por su amante como forma de resolver el escándalo de su adulterio. Bloom apunta como probable que muchas mujeres suicidas hayan sufrido alguna violación o humillación en su infancia o adolescencia: "En todas partes la violencia sexual contra las mujeres, y el estigma social que se asocia con la violación en las sociedades patriarcales, parece ser un motivo común para las suicidas" (Mother, Daugther, Sister, Bomber, en Bulletin of the Atomic Scientist, noviembre/diciembre 2005). Participan así en el tipo de política que se realiza en sus sociedades, pero lo hacen a su modo, que suele ser a su vez bajo la dominación machista.
Es elocuente el ejemplo de las viudas negras chechenas, cuyo dispositivo detonador queda en manos de los hombres. Iguales ante la muerte, pero ellas menos iguales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.