_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Píos deseos

Píos deseos al empezar el año. Es lo que hacemos todos. Es un viejo ejercicio completamente inútil y el título de un poema memorable de Jaime Gil de Biedma en el que el despiadado poeta barcelonés se prometía entenderse con el mundo "de otro modo mejor, menos intenso". "Un orden de vivir", decía el autor de Moralidades, "es la sabiduría". Otro poeta, afortunadamente vivo y creador y poco impío y nada despiadado, afirmaba la semana pasada que la sabiduría es obra "de un don, de mucha inteligencia, de bastante estudio y de mucha bondad". Así es Carlos Marzal: inteligente y bueno, cosa rara. Un poeta que acaba de publicar su increíble primera novela (primera y quinta, apuntan sus amigos maliciosos) y que va por el mundo con el gesto perplejo y feliz, convencido de que la existencia es una milagrosa desdicha que merece la pena.

Hay que afiliarse, por lo menos durante estos primeros días del nuevo año, a los píos deseos. Queremos ser mejores. Deseamos ser buenos y felices y justos y soñamos que vamos a lograrlo. Hay que aferrarse a la esperanza, aunque la resaca óptica de los programas especiales de Nochevieja que acabamos de ver no nos haga albergar demasiada ni en el género humano ni el género televisivo propiamente dicho. No auguran nada bueno estos programas, sino más bien un panorama negro como la capa de Ramón García mientras nos dan (nos daban) las doce campanadas desde la Puerta del Sol. A partir de las doce de la noche del sábado empezó a funcionar el carrusel, sin parar de dar vueltas en su viaje infernal hacia el pasado eterno: las folclóricas incombustibles, los cómicos de siempre, las frases de cartón de los presentadores y los escotes de las presentadoras, Bustamante y Bertín Osborne y todo lo demás que ustedes saben a poca edad que tengan. Definitivamente, el antiespañolismo del señor Zapatero tiene su fiel reflejo en la televisión. Este hombre se ha propuesto desmantelar España. Si lo que quiere es que acabemos abominando de la piel de toro y de las castañuelas, seguro que lo logra. Lo ha logrado a pesar de los píos deseos con que hemos empezado 2006.

Las buenas intenciones duran poco y la esperanza es frágil. En Granada, nada más empezar el nuevo año, ya ha fallecido la primera víctima de la violencia doméstica en 2006. No ha habido que esperar ni una semana. En 2005 fueron 62 las mujeres asesinadas. En los últimos ocho días 90 ciudadanos (mujeres y hombres) han muerto en las carreteras españolas. Solamente el domingo (anteayer) se produjeron 14 muertes por accidentes de tráfico. Los deseos (impíos o píos) de esta gente ya no se cumplirán o frustrarán, simplemente han sido suspendidos a perpetuidad. Es posible y urgente y necesario cambiar leyes y carreteras, pero cambiar los comportamientos, dentro de la pareja o dentro del utilitario, es más arduo y complejo. Deberían unos y otros, los terroristas domésticos y los kamikazes del volante (que los hay, por desgracia, en abundancia), aprender a vivir, como quería Jaime Gil de Biedma (como no pudo Jaime Gil de Biedma), "de otro modo mejor, menos intenso". Cuenta Miguel Dalmau en su biografía del poeta que éste tuvo la idea, alguna vez, de quitarse la vida estrellando su coche.

Uno desea que desaparezcan, o al menos se reduzcan de manera ostensible, los crímenes domésticos y los accidentes y, en definitiva, la estupidez humana que no cesa, porque después de todo uno sospecha que es nuestra estupidez, la estupidez humana, el origen de la mayoría de nuestras desgracias. En 2006, la técnica continuará avanzando, eso es algo seguro, pero el mundo es dudoso que progrese como desearíamos. Hará falta, me temo, algo más que píos propósitos al empezar el año para que el año que comienza sea mejor que el que hemos enterrado sin pena ni gloria. Los propósitos píos, además, son casi siempre inútiles. Lo que necesitamos, como dice mi querido Marzal, es un buen lingotazo de inteligencia y de bondad. Y ése es un cóctel que, desdichadamente, no podrían probar aunque quisieran la mayoría de quienes gobiernan este zurrado mundo. Bondad e inteligencia es lo que uno desea para todos por la cuenta que a todos y a uno nos trae. Ojalá 2006 venga bueno.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_