Scrooge
Cada año, por estas fechas, releo el Cuento de Navidad de Charles Dickens en una hermosa edición que me regaló Javier Marías. Como todos los relatos que admiten e incluso propician una versión infantil aligerada, poca gente conoce el cuento en su totalidad. Sí lo sustancial del argumento: Ebenezer Scrooge, un viejo avaro y exigente, por negarse a adoptar una actitud dadivosa y alborozada en estas fiestas, a las que él que califica de patrañas o, según otra traducción, de paparruchas, es visitado por una serie de fantasmas que le infligen un surtido de imágenes navideñas hasta que acaba reconociendo su error y prometiendo enmendarse.
Tal vez la conducta de mister Scrooge sea execrable, pero cada vez que leo este admirable cuento pienso que la expiación es excesiva. Al fin y al cabo, el pobre hombre sólo pretendía verse dispensado de la glotonería, el despilfarro y la ruidosa jovialidad tribal que se exige de cualquier ciudadano decente en estos días. No quería prohibir a los demás que celebraran las fiestas a su antojo, sólo pedía que le dejaran en paz. Vano empeño. Incapaz de vencer su resistencia con villancicos y ñoñerías, la sociedad apela a los espectros, y el infeliz, que quería saltarse la Navidad, tiene que asistir a tres navidades seguidas y, para colmo, despertar de su sueño a tiempo para celebrar la Navidad real como Dios manda. Nada le es perdonado. Ni los recuerdos infantiles cargados de nostálgicas falsedades, ni las decisiones juveniles a las que más tarde, cuando no hay remedio, se pueden achacar todos los sinsabores y desasosiegos, ni las flaquezas, ni los arrebatos, ni la conspiración despiadada de las circunstancias, ni, por último, la visión de la inevitable losa, bajo la cual, según se desprende del cuento, se siguen celebrando las navidades todos los años; o con más frecuencia si el muerto ha sido malo.
Al final Scrooge acaba como el mercader de Venecia, a quien se parece un poco: escarnecido, arruinado y converso.
Aprendamos, pues, la moraleja de esta bella historia: no seamos insolentes, comamos, bebamos, hagamos y recibamos regalos con resignación, y empecemos con buen pie el año nuevo, que deseo muy feliz, tanto a mis fieles lectores como a quienes prefieren ignorar mis paparruchas.
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