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Reportaje:

División de opiniones ante el balance de Lula

La banca aplaude la política económica de Brasil, pero el rechazo de amplias capas de la población puede costarle la reelección

Desde que llegó a la presidencia, el primero de enero de 2003, el presidente Lula da Silva tuvo la preocupación de tranquilizar a los mercados financieros, a los organismos internacionales de crédito y a inversionistas de todo el mundo, ante las suspicacias con que fue recibido por su militancia sindical y de izquierdas. Resultado: la política económica que implantó en Brasil podría costarle el sueño de la reelección.

Lula ha caído en una trampa al mantener la línea ortodoxa del Gobierno de Cardoso. Una parte de su electorado y de su partido le da la espalda
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El 21 de diciembre el presidente Lula da Silva recibió una buena noticia: la agencia calificadora de riesgos de inversión del JP Morgan situó Brasil en 302 puntos. Es la marca más baja obtenida por el país desde que el Morgan empezó ese tipo de cálculo. La calificación conlleva el premio de una recomendación a los inversionistas para que soliciten para negociar títulos de deuda brasileña: 3,02 puntos porcentuales por encima de los intereses de los títulos de EE UU, considerados sin riesgo alguno. Cuando Lula fue elegido, en noviembre de 2002, y no se sabía bien qué esperar de su política, ese riesgo alcanzó la estratosférica marca de 12.000 puntos.

Esa especie de certificado de buena conducta se le ha otorgado a Brasil pocos días después de que anticipase el pago de su deuda con el Fondo Monetario Internacional. Fueron 15.470 millones de dólares, cuyos plazos eran 2006 y 2007. Además, coincide con otro anuncio del titular de Hacienda, Antonio Palocci: también la deuda con el Club de Paris, unos 2.600 millones de dólares, será liquidada por anticipado. En Brasil, se considera que el JP Morgan, cuyo ejemplo deberá ser seguido por otras agencias calificadoras, tuvo en cuenta la estabilidad económica mantenida por Lula da Silva, y la buena evolución de los indicadores macroeconómicos. Además, claro está, del citado pago anticipado de la deuda.

Eufórico, Lula da Silva celebró "el final de los tiempos de colonización en Brasil", refiriéndose al FMI. Mucho más comedido, Palocci evitó la palabra "ruptura" al referirse al Fondo, y recordó que el país está ahorrando poco más de 900 millones de dólares al adelantarse a los plazos de los créditos concedidos en 2003, ya bajo el actual gobierno. Y recordó que eso se logró gracias a la política económica que él conduce "bajo la orientación del presidente Lula", y que es "la más apropiada en las actuales circunstancias de Brasil".

Sin embargo, en las últimas semanas, esta política llevada adelante con inflexibilidad está siendo blanco generalizado de críticas venidas de todos los lados, y muy especialmente de miembros del gobierno y de amplios sectores del Partido de los Trabajadores, el PT del presidente.

Mantener y luego profundizar la línea ortodoxa del gobierno anterior, de Fernando Henrique Cardoso, se transformó en una trampa, dicen ahora dirigentes del PT. Primero, porque los opositores de Lula argumentan que los buenos resultados se deben a que se ha mantenido la política económica que ellos implantaron cuando estaban en el gobierno, y agregan sin sonrojo que los excesos practicados en la política monetaria por el gobierno Lula explican el que la economía brasileña sea la que menos crece entre los países llamados emergentes.

Bajo ese punto de vista, que seguramente será utilizado en la campaña electoral de 2006, la excesiva rigidez de Palocci, un médico al que se confió el Ministerio de Hacienda con la misión primordial de calmar a los mercados, se tribuye al pecado de un exceso de prudencia. Como resultado, la economía crecerá un escaso 2,5% este año, y nadie fuera del gobierno se arriesga a prever un crecimiento superior al 3,5% en 2006 (el gobierno dice que llegará al 5%).

La gran duda, que siembra incertidumbre entre el empresariado, es que hará Lula en los próximos meses. Los últimos sondeos de opinión demuestran que su reelección, si no imposible, será muy difícil. Las presiones de su partido contra la política económica se refuerzan cada vez más. Y si sus programas sociales, esencialmente asistenciales, le aseguran buen caudal electoral en las clases más bajas, el duro ajuste impuesto a la economía, más el inmenso desgaste provocado por las denuncias de corrupción que casi hundieron a su partido y diezmaron su equipo más íntimo, le han quitado gruesas tajadas del electorado de clase media. La idea de que era necesario sacrificarse para mantener la estabilidad y asegurar el crecimiento hizo agua cuando se supo que el PIB tendrá un aumento muy por debajo de lo anunciado.

La inflexible insistencia en mantener una política monetaria basada en las más altas tasas de interés del mundo y en permitir que la moneda se halle sobrevaluada, es motivo de duras críticas de parte del empresariado. Y la izquierda que hizo su campaña y lo ayudó a ser elegido en 2002, ahora acusa a Lula da Silva de "hacer exactamente lo mismo que hicieron los de antes" y de "gobernar para los banqueros". En el centro de las criticas, sobrevive, desgastado, el ministro Antonio Palocci.

En noviembre, molesto por las críticas de algunos compañeros del gobierno y presionado por denuncias de presunta corrupción en sus tiempos de alcalde de São José do Rio Preto, Palocci presentó su dimisión a Lula en al menos dos ocasiones. El presidente le pidió que se quedase y resistiera, y llegó a declarar en público que su presencia es "imprescindible".

Llamamiento al gasto

Consciente de las dificultades cada vez más visibles que encuentra su decisión de presentarse a la reelección, Lula da Silva ha ordenado a sus ministros que "gasten todo lo que puedan, y en el menor plazo posible". Al mismo tiempo que reitera, casi a diario, que las elecciones no le llevarán a "cometer locuras en la economía".

Lula da Silva es el presidente que realizó menos inversiones públicas a lo largo de los últimos 20 años. La red vial brasileña está en condiciones precarias, la red pública de salud está en situación caótica, la reforma agraria (una de sus principales banderas electorales y uno de los compromisos más cobrados por sus antiguos seguidores) presenta resultados inferiores a los registrados en el gobierno anterior. Mientras tanto, en los tres años de Lula presidente la banca obtuvo los mayores lucros de todos los tiempos. Para el JP Morgan, Brasil representa un riesgo cada vez menor. Para la reelección de Lula, en cambio, lo que existe es un riesgo cada vez más grande.

Manifestación de trabajadores en Sao Paulo.
Manifestación de trabajadores en Sao Paulo.EFE

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