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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La aventura de la formulación

Cuando se habla de la obra de Imre Kertész, tarde o temprano surge la invariable aclaración, casi como disculpa, que el premio Nobel húngaro ante todo es pensador y no narrador; que sus novelas son autobiográficas, no ficción, y que sus reflexiones sagaces se dirigen a un público minoritario. Todo esto es cierto, pero también lo contrario, y así lo demuestran los tres relatos reunidos bajo el título del primero, extraordinario, La bandera inglesa. No existe actualmente otro autor europeo capaz de fabular complejos contenidos filosóficos y acercarlos a la conciencia pública. Kertész no es sólo un espléndido prosista, sino también un admirable recreador de mundos, donde se densifica el ambiente de una época -la de los regímenes comunistas sufridos en Hungría entre 1948 y 1989- en la caracterización de un personaje secundario como el taquígrafo ceremonioso de una redacción de periódico de posguerra.

LA BANDERA INGLESA

Imre Kertész

Traducción de Adán Kovacsics

El Acantilado. Barcelona, 2005

172 páginas. 11,54 euros

Para Kertész la literatura no

es artificio, sino instrumento de conocimiento. Y del inicio de su relación con este instrumento, de cómo quedó atrapado de "la aventura de la formulación", trata la historia de la bandera inglesa -si quieren autobiográfica, ya que Kertész trabajaba en 1948 en una redacción de periódico de Budapest-. Narrada en un estilo de relato oral, gustosamente parsimonioso, después de múltiples rodeos por las óperas de Wagner y los ensayos de Thomas Mann, desemboca en un acontecimiento histórico señalado: la aparición de los tanques soviéticos que ahogarían la revuelta popular de 1956. Hasta precipitarse en este punto final, el narrador expone a sus jóvenes oyentes, antiguos alumnos suyos, "el mundo de la catástrofe", en el que desaparecía el individuo tras la mentira, el horror y la tortura. Desde esta vivencia, para el profesor la literatura se ha vuelto sospechosa: "Mucho es de temer que las formulaciones sumergidas en el disolvente de la literatura nunca recuperen su densidad y vitalidad. Habría que aspirar a formulaciones tales que abarquen toda la experiencia de la vida (o sea, la catástrofe), formulaciones que ayuden a morir y que, aun así, dejen algo a los supervivientes".

Ciertamente, toda la obra de

Kertész se nutre de esta problemática, la contradicción entre una forma de vida y su formulación. Y, según el narrador de La bandera inglesa, sólo el testimonio puede superar esta fractura, una vida que en sí misma es formulación. Durante cuarenta años de escritura solitaria (los años documentados en su Diario de la galera, 2003), encerrado en un piso de 28 metros cuadrados, Imre Kertész trató de penetrar "el telón de acero que separa la formulación de la experiencia", resistiéndose a la negación del individuo. El paso por el campo de concentración, novelado en Sin destino -desde la perspectiva del adolescente que se adapta a lo más horrible-, constituyó sólo la gran toma de conciencia del estado de autonegación propio del totalitarismo; después tuvo que sobrevivir con él cuatro décadas más.

Afirman que en un régimen

totalitario la noción de irrealidad conforma la fundamental sensación de vivir. Kertész recreó este estado magistralmente en Fiasco (2004) y vuelve ahora sobre él en El buscador de huellas. El relato más extenso de este volumen encara la característica común de las dictaduras, ya sea nazi, comunista o de socialismo de Estado: el afán por aniquilar el recuerdo e imposibilitar la memoria. Un ominoso personaje, "el enviado", a la vez víctima y verdugo, emprende un viaje para inspeccionar unas instalaciones -un gran complejo residencial y una fábrica- relacionadas con su pasado. Pero no encuentra las huellas que busca, el recinto está vacío, la fábrica ha sido modernizada. No importa saber que las eufemísticas descripciones, la gélida ironía de este relato, inspirado en Kafka y Camus, reflejan la estancia de Kertész en la RDA, en 1962, cuando visitó Buchenwald y la fábrica Zeitz, donde había trabajado de prisionero. Importa saber que los lugares y las cosas silencian los horrores del pasado, no confirman la existencia del que los interpela; sólo el ejercicio de la memoria le puede devolver la identidad. En su ensayo La Weimar visible e invisible Kertész escribió: "Me di cuenta de que, para hacer frente a la transitoriedad propia y de los lugares cambiantes, debería confiar en mi memoria creativa y recrear todo de nuevo". En La bandera inglesa este programa se cumple plenamente.

El Nobel de Literatura húngaro Imre Kertész.
El Nobel de Literatura húngaro Imre Kertész.AP

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