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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Infancia patrocinada

Unos le llaman Salón de la Infancia, otros Festival, pero en la práctica viene a ser lo mismo: una gran superficie para menores situada en los pabellones 1 y 2 del recinto de la Fira, en la plaza de Espanya (hasta el 4 de enero). Los padres que no perdieron a sus hijos en la Fira de Santa Llúcia, primera parada de este vía crucis familiar, se reencuentran en este inmenso espacio dedicado al ocio en sus múltiples variantes. Ninguna experiencia es tan aleccionadora como ésta. De una tacada, los niños aprenden a hacer cola, a obedecer, a descubrir que la satisfacción de llegar a la atracción deseada es efímera, a compartir los mecanismos de la idolatría y, además, se les somete a una inmersión publicitaria que les prepara para un esplendoroso futuro de consumidores compulsivos.

Un Salón de la Infancia muy pedagógico: los niños aprenden a hacer cola y a ser consumidores compulsivos para el día de mañana

Los patrocinadores oficiales y privados son la esencia del salón. Los padres que deseen presenciar una potente combinación de propaganda institucional y de agresividad iconográfica podrán replantearse algunas de sus trasnochadas convicciones. A estas alturas, queda claro que los niños son los consumidores del mañana y que conviene mostrarles el buen camino. Desde pequeños, aprenden que sin mecenazgos no hay columpios y que, con un poco de suerte, te pueden regalar unos guantes, un globo o unas chuches. Los que no tienen nada tangible que vender se dedican a regalar valores: el civismo, el respeto a las señales de tráfico o al medio ambiente, el consumo responsable, la solidaridad, el deporte de equipo... Hay una enorme descompensación entre la paciencia de los padres y la impaciencia de los hijos. Como son pequeños, se les puede engañar recurriendo a viejos trucos. Por ejemplo, si una madre desesperada observa que la atracción en la que desea participar su hijo congrega una cola soviética, puede echar mano de la siguiente frase: "Vamos al otro pabellón, allí hay cosas más chulis".

De este modo, el hijo pasa de cola en cola, sin terminar ninguna, y descubre que la vida tiene mucho de promesa incumplida. Los que, tras negociar o plantarse aprovechando la debilidad de carácter de sus progenitores, consiguen llegar a su objetivo, descubren que la inversión del tiempo de espera no compensa la satisfacción del momento. En uno de los enmoquetados pasillos, me tropiezo con el líder carismático de la radio catalana. Ha venido con tres hijos, me cuenta, y, para no desentonar con el entorno, lleva una parka patrocinada por una empresa de material fotográfico. Más que atracciones, lo primero que advierten los ojos del visitante son marcas. Breve lista: Telepizza, Coca-Cola, Cola-Cao, Muebles Maldá, Play Station, Círculo de Lectores, Epson, Gatorade, Nissan, El Periódico, Vale Music, La Bella Easo, Leche Pascual, Gran Enciclopèdia Catalana. Sorprende que los retretes no estén patrocinados. Los niños, en cambio, disfrutan del festival sin caer en la mezquindad de los adultos quisquillosos. No parece afectarles que una de las tarimas de teatro infantil esté patrocinado por la Guardia Civil y vigilada por una agente de uniforme. Y se muestran entusiasmados por la pista americana custodiada por miembros del Ejército de Tierra. Algunos padres se reúnen a fumar alrededor de ceniceros que ya no estarán aquí el año que viene (¿qué pondrán en lugar de ceniceros, sogas para ahorcarse?). Quizá recuerdan las pistas americanas que tuvieron que sufrir en el servicio militar y se asustan ante el entusiasmo paramilitar de su descendencia.

Las colas se multiplican. Frente al puesto de Parques y Jardines, los niños esperan para adentrarse en un laberinto con tesoros ocultos. "Estima el que t'envolta", dice uno de los textos. Algún día habrá que reflexionar sobre la banalización del verbo estimar. En un rincón, un chiringuito de crêpes no patrocinado triunfa y mantiene vivo el espejismo de la voluntariosa lucha de David contra Goliat. En el megaescenario levantado por el Club Súper3, unos jóvenes completan una coreografía que tiene mucho de aerobic. En la caseta de Vale Music, un discjockey convoca a una selección al grito de: "¿Quieres ser famoso? ¿Quieres salir en la tele?". Y allí corren los aspirantes que, con más o menos gracia, interpretan Antes muerta que sencilla. De lejos, veo como, en la cola de los ponis, el líder carismático de la radio catalana negocia con su hija. Es más fácil seducir a 350.000 oyentes que convencer a una niña impaciente por subirse a un poni. Por cierto: ¿es justo que ponis y perros de alta montaña sean explotados en este salón y que los animales del circo sean desactivados? Buena parte del espacio está ocupado por diversas formas de deporte: ajedrez, béisbol, hockey, judo, tenis de mesa... Por uno de los altavoces, retumba el primer single de Soraya: "Por mí te puedes ir al cuerno". En eso estoy, pienso, y me admira la naturalidad con la que los niños se dejan atar a arneses elásticos que les disparan hacia el cielo, descubriendo la adrenalina de volar, corriendo para buscar turno en una cola de Scalextrix o de pista de hielo falso mientras, de lejos, sentadas en una terraza del Mesón del Jamón, sus madres fuman y miran el reloj, abrazadas a un anorak, contando los días que faltan para que pasen las fiestas.

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