Asombros encendidos
Si no hubiera existido su amistad con Octavio Paz ni las traducciones que hizo éste de sus poemas ni su colaboración con él en el poema Renga, no creo que Charles Tomlinson (1927) hubiera tenido la más mínima presencia entre nosotros. Nada, en principio, le predestinaba a ello pues Tomlinson es un poeta inglés atípico, especialmente si se le pone en relación con los poetas de su época. No hizo suyas las bases de la poesía sensata y racionalista auspiciada por su coetáneo Philip Larkin ni menos la cazurra y recalcitrante insularidad de éste, quien no salió nunca de su isla natal ni creo que leyera nunca un solo verso que no fuera en inglés. Afín a los coleteos de las vanguardias silenciadas por ese poeta y los demás que le siguieron (los llamados poetas de The Movement), Tomlinson además salió de su país y cató las auras renovadoras del gran Pound desterrado en Italia y admiró y tradujo a otros poetas y vivió en Norteamérica, en donde apareció su primer libro y de cuya tradición poética renovadora también mamó (W. C. Williams, M. Moore y -mucho menos- W. Stevens, al menos no el Stevens neorromántico maduro). Y, además -lo cual es verdaderamente el colmo para una mentalidad chauvinista inglesa-, tradujo a Antonio Machado y a César Vallejo. ¿Qué diría el parroquial Larkin de tamaña curiosidad?
EN LA PLENITUD DEL TIEMPO (POEMAS 1955-2004)
Charles Tomlinson
Traducción de Jordi Doce
DVD. Barcelona, 2005
269 páginas. 13,80 euros
La poesía de Tomlinson se
hace eco de algunas de las citadas influencias y discurre por cauces en cierto modo contradictorios que le alejan de los lugares comunes y de las etiquetas uniformadoras y simplonas. Ése es uno de sus indiscutibles atractivos, al menos para quien admire a los poetas distintos y singulares. Por un lado, hay en su poesía una especie de objetivismo que recuerda a Marianne Moore ("Dos tazas /
... sobre el estanque de caoba / de la mesa, liberan / la mente colmándola de lo que son") y también hay un sentido del asombro limpio y creciente -digámoslo así- que recuerda a Williams ("Fresco / el sol de enero / cuya intensidad / hace más exacta / la presencia del mar
..."). Por otro lado, a veces podemos pensar en Valéry y en su escrupulosa exactitud, además de en su brillante imaginería ("El cristal tallado: cuarteado / para la invasión de las sombras"). Pero al mismo tiempo se nos viene a la cabeza la ingeniosidad de los metafísicos ingleses (Donne), despojados de su pathos agónico o de su intrincada psicología ("Los árboles mostraban / Nervios de taracea, mínimos, irreales, / Y el sol daba de lleno en su leve armadura / que pronto, en una sola tarde, se fundiría"). En ocasiones, los tranquilos fulgores wordsworthianos se nos vienen a la cabeza y entonces Tomlinson se convierte en un clásico y excelente poeta inglés de la naturaleza, con poemas verdaderamente magníficos como el titulado Otoño: "Ni pardo ni rosado: / Ni siquiera con tinta del color de las hojas / Podrías capturarlo...
/ En escala ascendente de intervalos / Infinitos, cambiando de tono cuando el monte / se encuentra con el cielo y los lentos matices / Del otoño en la hierba, la ladera, los árboles...
". En resumidas cuentas, nos encontramos ante un poeta de encrucijadas y riquezas entremezcladas, jamás banal, siempre acerado y exacto, capaz de sorpresas enigmáticas que abren las puertas al misterio de lo que existe, amante de lo mínimo y pequeño engrandecido por la observación enaltecedora y cuidadoso y sutil con emociones que hablan de asombros cuyos desenlaces son recatadas y muy humanas cercanías con lo amado ("La mano solícita / que vacila un instante / y dispone otra flor / antes de retirarse"). Por tanto, sentimiento contenido y mirada profunda. Paz -una vez más- tenía razón.
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