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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las apariencias engañan

De la misma manera que un montón de piedras, por muy bien tallada que esté cada una de ellas, no configuran un edificio, una exposición, por muchas piezas interesantes que acumule, no logrará hilvanar un discurso si no hay detrás un trabajo analítico medianamente coherente. De esto adolece ArquiEscultura, una exposición que pretende plantear una tesis sobre las relaciones entre arquitectura y escultura, desde la Ilustración hasta ahora mismo, basándose sólo en las analogías formales y en las apariencias circunstanciales. La relación entre ambas artes existe, por supuesto. Se detecta desde los orígenes de la arquitectura como arte, baste recordar que algunos de los más grandes arquitectos de Occidente, tales como Bruneleschi, Miguel Ángel o Bernini, fueron también (y sobre todo) los más grandes escultores de sus respectivas épocas. Esta tradición se ha extendido hasta la modernidad, con Le Corbusier, y la posmodernidad, con las "gansadas" escultóricas salidas del taller Herzog & De Meuron. Pero por encima de estas circunstancias hay profundas relaciones e interferencias entre ambas artes que no se deben buscar en la mera superficialidad de las apariencias, en la similitud casual de algunas formas o en la constatación de que ciertas siluetas parecen "darse un aire", porque las apariencias engañan.

ARQUIESCULTURA

Museo Guggenheim

Avenida de Abandoibarra, 2

Bilbao

Hasta el 26 de febrero de 2006

Ni la plasticidad, ni la espacialidad, ni la materialidad, ni la monumentalidad, ni la solidez son cualidades intrínsecamente propias de uno u otro arte. Plantear en estos términos la escultura o la arquitectura, como se hace frívolamente en esta exposición, supone no tener claros cuáles son los papeles de dichas artes en la cultura occidental y, por otra parte, denota que se están mirando los fenómenos creativos del presente desde atavismos disciplinares del pasado.

Las interpretaciones reduccionistas que aquí se ofrecen recuerdan a aquellas disputas que se plantearon en Estados Unidos en los años sesenta en las que se argumentaba que el término pintura se debía aplicar sólo a las obras que se colgaran en la pared, mientras que lo que se apoyaba en el suelo debía ser considerado escultura, sin comprender que los artistas se estaban esforzando por combatir la división de las artes que, presente en la teoría de Beaux Arts, se había atrincherado en el vanguardismo.

Esta exposición reúne un

hermoso e interesante conjunto de maquetas de arquitectura, lo que hace gozosa su visita. Las maquetas, colocadas sobre pedestales y mesas, quedan aisladas; con tamaños asimilables a los de los objetos y realizadas en madera, yeso, metal o plástico cobran apariencias escultóricas. Pero no hay que confundir las maquetas con los edificios, que poseen otro tipo de presencia física, de materialidad y que se ubican en un contexto con el que dialogan o compiten.

Con voluntad obsesiva el comisario de esta exposición intenta hacernos ver que tal o cual edificio se parece a una escultura de Jean Arp, no sé si con ello pretende decir algo positivo sobre el edificio que compara, pero no nos debe confundir haciéndonos creer que el surrealista Jean Arp tuvo algo que ver con las evoluciones que ha experimentado la idea de arquitectura durante el siglo XX. No resulta vano comparar una figura reclinada del escultor Henry Moore con la capilla de Ronchamp, de Le Corbusier, si la comparación de ambas obras se apoya en el contexto cultural y estético de la época, pero resulta frívolo, como aquí sucede, si la comparación sólo se limita a oponer la figura a una maqueta del edificio, que en tamaño y material acentúa las similitudes formales, como diciendo: "Miren. Ven cómo Le Corbusier se inspira en las formas de Moore", sin tener en cuenta que la capilla de Le Corbusier no es ninguna figura y ocultando que se trata de una obra cuyas formas surgen del análisis de las condiciones específicas de un lugar determinado, la colina en la que se ubica; asimismo, en esta comparación se obvia que la figura escultórica, una mujer reclinada, no pretende poseer ni imitar ninguna cualidad arquitectónica. Por este camino, el discurso que aquí se desarrolla, cogido por los pelos, se convierte en un laberinto de contradicciones.

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