Esperando un taxi
Estaba esperando un taxi en la plaza de Sarrià, justo delante de la pastelería Foix. Era muy tarde y soplaba un viento afilado, de esos que confirman la expresión popular "fa un fred que arronça les mamelles". No estaba solo, porque de noche esta ciudad es un extenso páramo ocupado por miles de zombis que vagan por las calles buscando taxi. Sospecho que a eso se refiere la publicidad municipal cuando exclama "Barcelona batega!", a los latidos de indignación de su población indefensa. Estaba parcialmente congelado cuando, como en una película del Oeste, el viento arrastró una hoja de La Vanguardia que se agarró a mi pierna con un entusiasmo sólo comparable al que me manifiestan algunos perros abandonados.
Allí estaba yo, con un chino agresivo y un africano de origen alemán en la cabeza, esperando un taxi frente a la pastelería Foix
Para matar el tiempo a la espera del ansiado taxi, aproveché que las palabras impresas se las había llevado el viento y leí una breve pero jugosa noticia titulada Condenado un bañista incívico y agresivo. El civismo está de moda y los adjetivos cívico e incívico están tan gastados que pronto no los va a reconocer ni su madre.
Transcribo parte del texto: "La Audiencia de Barcelona ha confirmado una sentencia de ocho meses de prisión a un hombre de nacionalidad china por golpear a dos guardias urbanos de Barcelona que pretendían sancionarlo por asearse con jabón y lavar su ropa en una ducha de la playa de la Barceloneta".
Simpaticé con el chino inmediatamente, quizá porque en aquellos momentos, tras pronunciar desatendidas plegarias implorando el milagro de la multiplicación de los taxis, mi opinión sobre el transporte público era similar a la que tienen los ciudadanos de, pongamos, Nueva York. Que un chino enjabonado hubiera agredido a dos policías me recordó esas películas en las que, ante un abuso de autoridad, el protagonista se ve forzado a recurrir a las artes marciales en legítima defensa. Además, existía cierta contradicción entre el titular y el contenido de la noticia. Que el chino se enjabonara era un acto de higiene y, por tanto, ¿era justo calificarlo de incívico? Yo estaba delante de la pastelería Foix, repito. Probablemente por eso relacioné la agresividad del chino con el libro Telegrames, de J. V. Foix, que acaba de llegar a las librerías.
En 1929, Foix decidió publicar en diferentes periódicos noticias de ficción con muchos elementos de prosa poética. Se trataba de situar en un contexto real elementos de ficción con apariencia de verdad, una idea que entonces resultaba moderna y transgresora porque la prensa todavía no había convertido la ficción en su principal materia prima. Estimulado por la figura del chino, por el frío, por la ausencia de taxis y por la publicidad cardiopática y estúpida del Ayuntamiento, recordé el más navideño de los telegramas foixianos, publicado en La Publicitat el día de Navidad de 1929 y escrito en una prosa nítida y nada enjabonada. Escribió Foix: "París, 21 de desembre. Després dels pugilistes, xofers, ballarines, etc., París ha estat inundat de joguines negres. En aquestes vigílies nadalenques, les botigues presenten un aspecte de blanc i de negre, amb una preponderància, però, africana. Diríeu que els infants parisencs se senten atrets instintivamente per les noves joguines de color si no sabéssim que els petits sofreixen la influència dels grans. Hi ha, és clar, qui protesta amargament d'aquest corrent pro-art negre en els infants. Sembla, però, que allò que més molesta és que aquest negre africà és d'origen alemany".
Allí estaba yo, con la cabeza ocupada por un chino agresivo y un africano de origen alemán, ante la pastelería Foix, esperando un taxi que no llegaba y preguntándome si, a la mañana siguiente, aparecería en algún periódico la noticia de suicidios masivos de personas que, tras salir de una cena navideña, perdían la paciencia y decidían poner fin a tanto dolor.
Los taxistas suelen quejarse, con razón, de la inseguridad de su oficio, de las tarifas y de todo cuanto consideran digno de queja. Los usuarios, en cambio, nunca protagonizamos noticias, ni poéticas ni auténticas, de rebeliones, motines o revoluciones. Me acordé entonces de otro libro tan reciente como el de Foix, El año que tampoco hicimos la Revolución, del Colectivo Todoazen. Es un experimento que parte de la concepción inversa a la de Foix. Mientras que el poeta pastelero introducía elementos de poesía y ficción en un contexto real, los subversivos autores del colectivo han escrito una novela cortando, pegando y ordenando noticias publicadas en diferentes medios de comunicación. El libro termina con un poema comunero de Bertolt Brecht, cargado de épicos propósitos revolucionarios y nada navideños. Con los años, sin embargo, la épica comunera y revolucionaria ha ido degenerando, hasta el punto de que algunos de los que hace 30 años veneraban a Brecht se dedican ahora a justificar o diseñar campañas como la de Barcelona batega!, un lema que, a las dos de la madrugada, en la noche que inaugura el invierno, en una ciudad con chinos enjabonados juzgados por falta de civismo, te lleva a preguntarte si esa presunción de latido no será, en el fondo, el síntoma de un infarto inminente.
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