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Columna
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¿Qué es un patriota?

"En el fondo, todos somos patriotas", me dijo mi amigo el señor Zito, y añadió: "¿Acaso no te emociona el húmedo empedrado del Casco Viejo, la atmósfera cargada de rock del bar Gure Txoko, las tardes hablando en Lamiak, Txomin Barullo, el barroquismo políticamente decorativo del Zulo, y las castañas calientes de la locomotora de la plaza Unamuno?". Yo asentí, pero recalqué: "También las bofetadas por resbalón en la pasarela de Calatrava, el ambiente estrecho de la cafetería Toledo junto al parque de Doña Casilda, la vista desde el pub La Mutua, incluso, si me apuras, la vida impasible de Licenciado Poza, donde se puede ver a los parroquianos envejecer, tener hijos y morir en el mismo bar".

"Pues eso es el patriotismo", insistió, "los amaneceres en la playa de La Concha, las noches frías de Vitoria durmiendo en un colchón sobre el suelo, el euskera hablado con acento francés por tu amigo Txarles, el Centro Extremeño de una plaza perdida, el olor a tea, talo y chorizo en la chimenea, la lluvia fina y el campo verde, y la letanía lejana de un bertsolari en un aparato de televisión invisible".

Yo reivindiqué mis otros recuerdos: "Me queda también una mesa mora de Zahara de los Atunes, un libro de Julio Cortázar sin tapas, las fuentes de un palacio parecido a la Alhambra, el barrio chino de Barcelona -que atravesé muchas veces para inspirarme sin conseguirlo en absoluto- y una buhardilla en la calle Embajadores de Madrid, donde vivía un gato llamado Friki que me mordió una vez por celos".

"Si nos ponemos así", dijo mi amigo, "deberías añadir tus crónicas amorosas de la Provenza, los caballos blancos de Camarga, las visitas a los Coffee Shop de Ámsterdam, los cigarrillos a escondidas en el jardín de miss Shalwood, donde el perfume de las rosas le dejaba a uno inconsciente, las caminatas por Marrakech, las tumbas en Turquía y las columnas de vapor sobre el Cuerno de Oro que me enseñaste una vez en una fotografía que no era digital".

"No, si al final va a resultar que el patriotismo es cosa de recuerdos", razoné, con cierta nostalgia, y reconocí: "Para los días en que mi patriotismo desciende alarmantemente, conservo una libreta que tiene direcciones escritas en alemán, italiano, ruso, árabe, japonés. La tengo guardada en la biblioteca, aunque ya no la use. Los teléfonos cambian, la gente se muda de vivienda, incluso de país, pero el patriotismo sigue ahí, en esas jodidas direcciones. La madre que los parió a todos, tan lejanos en el tiempo y en el espacio, y sin embargo, lo que se llega a echar de menos esas malditas nacionalidades".

"¿Ves? Lo que yo te decía. Eres un patriota", concluyó mi amigo.

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