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Columna
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El pobre

Rosa Montero

El otro día me encontré con un pobre en el centro de Madrid. Y cuando digo pobre quiero decir que, de primeras, su aspecto parecía encuadrarse en una zona fronteriza con lo marginal. Iba muy abrigado con ropas baratas, como corresponde a quien se pasa la vida en la calle. Con un gorro de lana calado hasta las cejas. Otros colegas suyos vivaqueaban en la acera un poco más allá, con mochilas y bricks de vino. Nuestro pobre o casi pobre debía de tener unos cincuenta años, aunque siempre resulta difícil calcular la edad de quienes se salen de la vida convencional (que es como salirse del tiempo y del espacio). Llevaba en la mano una caja metálica de galletas en donde transportaba la mercancía que iba vendiendo: unos minúsculos animalitos hechos por él mismo con materiales recogidos de la basura.

Con pipas de girasol y cáscaras de pistacho, con pedacitos de hojalata de los botes de cerveza, con elementos que no puedo ni siquiera reconocer tras verlos recortados, pegados y luego pintados primorosamente de colores brillantes, aquel tipo confeccionaba unos bichos maravillosos que además son imanes. Yo tengo un pavo real con el cuerpo azul chillón y el pico rojo, con una cresta fulminante de color fosforito y una hermosa cola verde y amarilla. Las diminutas patas, también rojas, salen a través de unos agujeros de la oronda barriga, y tiemblan y se mueven en el aire por medio de algún resorte interior. Es una pieza tierna y graciosa que te hace sonreír cuando la miras. Y sólo valía un euro.

De manera que este casi pobre, al que, en circunstancias normales, no habríamos prestado la menor atención, es un artista meticuloso y original que nos obsequia con preciosos trabajos por un precio irrisorio. Es curioso lo mucho que nos ciegan los prejuicios. Es probable que esos cuatro empresarios andaluces que han montado una red esclavizando a cientos de rumanos tengan una pinta de lo más convencional, y seguro que nos parecerían, de entrada, gente de orden, siendo como son unos completos canallas. Mientras que a este hombre creativo y generoso le encuadraríamos dentro del desorden y desconfiaríamos cautelosamente de él, como se desconfía de los mendigos.

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