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HISTORIAS DEL CALCIO | FÚTBOL | Internacional
Columna
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La otra cara del Lazio

Enric González

Conviene juzgar a la gente por lo que hace, no por lo que dice o por lo que piensa. Por otro lado, suele ser absurdo pensar que nuestros enemigos políticos carecen de virtudes. También es cierto que, como el arte, la calidad estética y moral del fútbol es ajena a las cualidades estéticas y morales de quienes lo producen. Leemos a Céline a pesar de Céline o admiramos un picasso a pesar de Picasso.

Lo cual nos permite hablar de un equipo audaz, orgulloso y corajudo, que viste de celeste en honor de la Grecia olímpica y se empeña con gran nobleza en el campo. Se trata del Lazio, el mismo equipo del fascista Di Canio. El Lazio de los tifosi que alzan el brazo y las cruces gamadas. El Lazio cuyo presidente y entrenador consideran "normal y deportivo" el saludo romano. El Lazio que tiene asqueado a medio mundo.

Un grupo de futbolistas honrados y ciudadanos execrables hizo un partidazo contra la Juve

El viejo Di Canio volvió a saludar brazo en alto el sábado, cuando fue sustituido, y promete hacerlo en todos los partidos. Le secundó en el gesto Dabó, un jugador negro que, según la prensa francesa, había declarado días antes que está harto de sus compañeros fascistas. Fue un terrible enroque en el error. No hay forma de olvidar todo eso.

Y, sin embargo, qué rara es la vida. El sábado, viendo al Lazio dejarse los higadillos sobre el césped en un acoso feroz al poderoso Juventus, cualquiera que no fuera juventino se sintió por fuerza un poco laziale. En su media hora de fuelle, Di Canio se mató por el equipo y, desde una vaga posición de interior izquierdo, desmontó el muro de la Juve. Dabó dominó por completo el centro del campo. Liverani fabricó un fútbol de seda. El Lazio fue, por encima de todo, un equipo de verdad, solidario y generoso, como acostumbra esta temporada. Cómo no sentir simpatía por Delio Rossi, un técnico del montón que ha aportado ese entusiasmo al vestuario. O hasta por Claudio Lotito, un presidente zafio y verborreico que ha logrado, de momento, salvar de la quiebra una sociedad en crisis financiera desde que, en 2003, se derrumbó su antiguo propietario, el fraudulento consorcio Cirio. Cómo no ponerse del lado de uno de los equipos que menos faltas comete. Cómo no aplaudir a una gente que tuvo que hacer debutar a un chaval danés de 20 años porque no había otra cosa en el banquillo.

El sábado se llevaron un consuelo los miles y miles de seguidores laciales que no soportan la simbología fascista ni la indeseable fama que se ha ganado la sociedad. El Lazio, como el Roma, controla ciertas áreas geográficas. En algunas zonas de la periferia romana o en ciertas localidades vecinas, uno nace celeste sin remedio. Di Canio y sus 3.000 fanáticos de la cruz gamada consiguen a veces que se olvide que en el Lazio, como en todas partes, hay de todo.

El caso es que el Lazio, con un empate a uno que podía haber sido algo más, frenó al Juventus y puso un gramito de interés en el campeonato. El Inter, el segundón de aspecto más consistente, quedó a ocho puntos del líder. El Milan, con toda su melancolía defensiva a cuestas, quedó a nueve. La Fiorentina, carente de reservas para aguantar el tren de los tres grandes, a diez. Las distancias son todavía enormes, pero la competición no está cerrada. Gracias a un grupo de futbolistas honrados y ciudadanos execrables que hizo un partidazo.

Dabó media en una trifulca entre su compañero Siviglia y Nedved (a la derecha).
Dabó media en una trifulca entre su compañero Siviglia y Nedved (a la derecha).ASSOCIATED PRESS

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