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Reportaje:

Una central de carbón a orillas del pantano

Mequinensa se siente amenazada por la construcción de una central de carbón junto al embalse de Riba-roja

El proyecto de construcción de una central térmica de carbón en Mequinensa, a orillas del pantano de Riba-roja, es visto por muchos como una amenaza contra la calidad de vida de los habitantes de esta parte catalano-aragonesa de la llamada Franja de Ponent y también para el paisaje de ribera que con tanta precisión describió Jesús Moncada, especialmente en Camí de sirga, la novela más conocida del escritor nacido en la antigua villa zaragozana, ahora bajo las aguas del pantano de Riba-roja.

Moncada, fallecido a mediados de junio pasado, creó en Mequinensa un universo literario propio, con el que rescató los recuerdos infantiles y la memoria del último siglo de esta importante población minera del Bajo Cinca, situada en la confluencia de tres ríos caudalosos -Cinca, Segre y Ebro-, en la frontera entre Aragón y Cataluña. A pesar de haberse afincado en Barcelona, siempre se dijo del escritor que formaba parte del paisaje de Mequinensa. Pero lo que nunca imaginó Moncada al recrear el pasado mítico de esta localidad fue que sus paisanos, que con tanta devoción honraron sus cenizas, respirarían algún día humos y gases tóxicos de una central térmica.

La central de la llamada Franja de Ponent amenaza el futuro del turismo de la zona

Como si no hubiera ya demasiada concentración de industrias contaminantes en el último tramo del Ebro, el proyecto promovido por Carboníferas Energía, filial de Carbonífera del Ebro, supone un nuevo peligro para el ecosistema del río. La empresa minera y el Ayuntamiento de Mequinensa, gobernado por el PSOE y el PP, no han informado con claridad de los posibles efectos negativos que en el futuro puede tener una planta en la que se quemará carbón de muy baja calidad. Los grupos municipales de Izquierda Unida (IU) y el Partido Aragonés (Par) se oponen a la térmica, al considerar que afectará el desarrollo sostenible, la agricultura, el turismo de naturaleza y la calidad de vida de los mequinenzanos.

La alcaldesa de Mequinensa, la socialista Magdalena Godia, se ha erigido en la principal defensora de la térmica y asegura que los efectos sobre el medio ambiente serán insignificantes. La alcaldesa, que es hermana del gerente de Carboníferas del Ebro, Miguel Godia, asegura que defiende los intereses del municipio y los puestos de trabajo de una industria minera en crisis. Actualmente, la empresa tiene unos 70 trabajadores.

Contaminación a cambio de un puñado de euros. Ese puede ser el peaje que temen pagar los vecinos de algunas localidades del sur de Lleida, como La Granja d'Escarp, Serós, Massalcoreig y Almatret, y de la comarca oscense del Bajo Cinca, una zona de gran valor agrícola y con una incipiente industria ligada al turismo de naturaleza, a la navegación y a la pesca. En caso de ser aprobada, uno de los enclaves más perjudicados por la térmica será, sin duda, el Aiguabarreig, nombre que recibe el espacio natural protegido de la confluencia de los tres ríos. El lugar se caracteriza por tener un frondoso bosque de ribera de gran riqueza biológica, con una fauna y flora más importante incluso que la existente en el parque natural del delta del Ebro.

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Guillem Chacón, director de la Estación Biológica del Aiguabarreig, opina que la construcción de la térmica tendrá efectos muy negativos no sólo para el medio natural y la calidad de vida de las personas, sino también para el modelo económico de la zona, basado en la fruticultura y el turismo. "En Mequinensa", señala, "hace mucho tiempo que el sector terciario tiene más peso que la tradicional industria minera y es evidente que la térmica nunca podrá crear tantos empleos como los que ya está generando el turismo".

El espacio fluvial del Aiguabarreig es uno de los más peculiares y extensos de la Península. Las 450 hectáreas de la parte catalana incluyen tres espacios de interés natural que han sido propuestos por la Generalitat para formar parte de la red Natura 2000. La parte aragonesa incluye la Zepa del Aiguabarreig Matarranya, con cerca de 40.000 hectáreas, que el Gobierno de Aragón tiene previsto convertir la próxima primavera en una reserva natural.

El Aiguabarreig será, en opinión de muchos vecinos, uno de los puntales de la economía de la zona en el futuro. En los últimos años ha aumentado de forma espectacular el turismo vinculado a la pesca, a las excursiones en barca, a la observación ornitológica y a los deportes náuticos. Las rutas terrestres y fluviales realizadas con expertos guías de naturaleza permiten contemplar la isla de las Garzas, con unas 240 especies de aves, según los datos de la Estación Biológica del Bajo Cinca.

Los pantanos de Mequinensa y de Riba-roja, además de ser un paraíso de la biodiversidad, se han convertido en un punto de destino de miles de aficionados a la pesca de toda España y de otros países europeos: Francia, Alemania, Bélgica, Inglaterra y República Checa. La pesca del siluro, la carpa, el black-bass o el lucio-perca es una actividad en auge que mueve un importante volumen de negocio en licencias, alquiler de embarcaciones y alojamiento.

El siluro, un pez depredador de grandes dimensiones introducido ilegalmente en 1977 por un turista alemán, es una de las especies más apreciadas por los pescadores porque requiere técnicas y aparejos especiales para su captura. Este gigante del Ebro, a pesar de haber perjudicado a otras especies autóctonas, es la estrella de la pesca deportiva. En estas aguas se han llegado a capturar ejemplares de más de 100 kilos de peso. También resulta fácil capturar el black-bass, una especie introducida en los años sesenta que se ha aclimatado a la perfección.

Mequinensa, con 2.600 habitantes, es ahora una población con grandes posibilidades turísticas gracias al agua. Prueba de ello es la plena ocupación de sus tres cámpings durante las temporadas altas de pesca. Chacón considera contradictorio que se quiera construir una central térmica muy cerca del paraje conocido como sierra de Auberá, en la orilla derecha del Ebro, entre las presas de Mequinensa y de Riba-roja, donde el Gobierno aragonés autorizó una atractiva ciudad de vacaciones.

Con una inversión prevista de 12 millones de euros y la creación de medio centenar de puestos de trabajo directos, el complejo turístico, promovido por la sociedad Ebrus, prevé la construcción de un hotel de un centenar de habitaciones dobles, chalets de una planta, una amplia zona de recreo y un puerto deportivo con una área de desinfección de embarcaciones. La actividad hotelera será el núcleo de la amplia oferta deportiva, cultural, medioambiental, turística y lúdica, con el denominador común del respeto por el medio ambiente.

La autorización de la térmica depende del informe de evaluación de impacto ambiental que debe emitir el Instituto Aragonés de Gestión Ambiental (Inaga). Hace unas semanas, el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno aragonés requirió a la empresa promotora nueva información complementaria sobre los supuestos efectos contaminantes de la instalación y acerca de las posibles emisiones de gases nocivos a la atmósfera, al considerar insuficientes los datos incluidos en el proyecto para evaluar el impacto de la térmica.

Raimundo C., empresario turístico de Mequinensa, muestra sus dudas acerca de la limpieza de la central. "Una de las pocas informaciones que nos han dado es que será más limpia que la de Escatrón, pero eso no significa que no contaminará", dice. "Es verdad que aquí estamos acostumbrados a oler carbón, pero también es cierto que este proyecto no nos beneficia. En toda Europa se nos conoce por la pesca, no por las minas de carbón". Este empresario asegura que Mequinensa es el lugar de España donde se expiden más licencias de pesca. "Tramitamos más de 1.000 licencias anuales", explica.

La térmica, de 37 megavatios de potencia, se ubicará a unos ocho kilómetros de la localidad en las instalaciones mineras de Carbonífera del Ebro. No deja de sorprender que contra el proyecto sólo hayan presentado alegaciones dos entidades ecologistas, la oscense Ecologistas en Acción del Bajo Cinca, y la leridana Ipcena, y un diputado de la Chunta Aragonesista. Los conservacionistas solicitan que no se autorice la central por razones ambientales, económicas y turísticas.

La mayoría de los alcaldes de la zona expresan en privado su preocupación por las posibles consecuencias contaminantes de la planta, pero en público lo hacen con la boca pequeña. Sólo el alcalde leridano de Serós, el republicano Gabriel Pena, se ha manifestado abiertamente en contra al considerar que la población, situada a unos seis kilómetros de la central, sufrirá el efecto de los gases y humos.

De todas las localidades leridanas situadas en su radio de influencia, la más afectada será Almatret. Su alcalde, el independiente Ramon Pallàs, señala que los pueblos pequeños no pueden hacer nada para frenar un proyecto de este tipo y confía en el dictamen que emitirán los técnicos de la Generalitat, pese a que la central se construirá en territorio aragonés.

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