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Columna
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Faraón

Hay una sala en el museo arqueológico de El Cairo que para visitarla hay que sacar un ticket aparte. Es la de las momias. Allí están, desprovistos de los vendajes que les mantuvieron envueltos durante miles de años, unos cuantos faraones que en su día lo fueron todo. La sala no es muy grande y el precio de la entrada resulta bastante elevado, pero merece la pena pagar. Y, creánme, no tanto por el valor histórico de esos cuerpos, ni por el conocimiento que trasmiten de las técnicas funerarias que con ellos emplearon, como por la cura de humildad que experimentas. Es una impresión intensa, algo difícil de olvidar. Desnudos y desvalidos ante la mirada impúdica del visitante posan sin redención posible aquellos a quienes trataron como dioses, esos que antaño ostentaron un poder omnímodo. Algunos han logrado pasar a la eternidad manteniendo un gesto digno, pero la mayoría muestra una mueca de espanto que parece rescatada del infierno. Es el caso de la momia de Ramses II, aquel a quien envió Moisés las siete plagas que asolaron Egipto. Nada de su grandeza queda en aquella sala del museo de El Cairo, solo la humildad inmensa de unos restos orgánicos acartonados.

Esa sensación inquietante podrá percibirse también ahora en Madrid. Bajo el título de Faraón, y con el patrocinio de Caja Madrid y de las grandes constructoras que operan en la región, la Fundación Canal de Isabel II ha montado una exposición que refleja la vida y la muerte de los faraones desde el Imperio Antiguo al Nuevo. El escenario es el Cuarto depósito de Plaza de Castilla, el mismo en el que triunfaron hace un año Los guerreros de Xia'n. Animados por aquel éxito con Egipto, han tratado de lucirse un poco más construyendo una pirámide de 18 metros en la que van a proyectar un audiovisual que trata de colarte bajo los vendajes de una momia. El documental no es un simple trabajo de realidad virtual. Elaborada por el Museo Británico y la empresa Silicon Graphics, la proyección tridimensional requirió la realización de más de 1.500 scaners para viajar al interior de la momia de Nesperennub, un sacerdote que vivió hace casi 3.000 años. Ese viaje por la búsqueda obsesiva e infructuosa de la inmortalidad es el prólogo de una muestra que ha reunido 120 piezas de varios museos del mundo, especialmente el Arqueológico de El Cairo. Quien conozca el Museo de El Cairo sabe que cualquiera de las miles y miles de piezas que se amontonan, a veces desordenadamente en sus salas, tiene un valor incalculable. Lo que allí puede parecer un objeto más, en cualquier otro espacio expositivo que invite a su detenida contemplación adquiere una dimensión superlativa. Es el caso del lecho de Tutankhamon, una de las siete camas que el arqueólogo Howard Carter encontró en el ajuar funerario del joven faraón en el Valle de los Reyes.

Otro tanto acontece con la máscara funeraria del Psusenes I, o con la estatua del Rey Kefrén. Estas y otras obras podrán ser admiradas con la quietud y el clima de misterio que inunda esa cisterna de la Plaza de Castilla reconvertida en espacio expositivo. Volverán previsiblemente las colas de público al Centro de Arte Cuarto Depósito, pero quienes visiten Faraón han de saber que Egipto crea adicción. Cuanto más contacto tengan con los restos de aquella asombrosa civilización, más estimularán el deseo de profundizar en sus enigmas y visitar el gran Egipto. Les aseguro que es un riesgo que merece la pena correr y si es posible sucumbir a todas las tentaciones. Pocos lugares de la tierra resultan tan fascinantes, pocos dejan en el viajero una huella tan profunda. Plantarse en la imperiosa sala hipótsila del templo de Karnak en Luxor y recordar que aquella colosal columnata, que conservaron intacta las arenas del desierto, fue construida 1.300 años antes de que Cristo naciera estremece al mas templado. Nadie que no haya penetrado en las entrañas de la gran pirámide de Keops puede imaginar el sobrecogimiento que produce el arrastrarse por sus angostos pasadizos. Nadie que no haya navegado por el Nilo podría impregnar más fielmente su retina de paisajes bíblicos. Y no son sólo sus parajes, sus templos o sus pirámides, la historia del antiguo Egipto está cargada de prodigios y circunstancias inexplicadas e inexplicables. Madrid ofrece ahora una puerta abierta a un mundo alucinante. La primera etapa del viaje puede estar en un viejo depósito de Plaza de Castilla.

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