_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Caganers' de Belén

Vicente Molina Foix

En mi infancia, los belenes no estaban subvencionados, aunque, pensándolo bien, tampoco entonces se subvencionaba el teatro, el cine, los periódicos y la alta costura, que pasaba por horas bajas. El belén se hacía en casa, como los flanes, y yo provengo de una familia que, por valenciana más que por piadosa, montaba uno enorme cada Navidad, para ilusión de todos y berrinche mío, pues al ser el niño pequeño no me dejaban meter mano en la colocación de las figuritas, temiendo que las rompiese; cuando, al alcanzar el uso de razón, me dejaron, ya no estaba para esas idolatrías.

Ahora, los belenes caseros son una birria, y muchos ni lo ponen, prefiriendo los ciervos del trineo y el Papá Noel, que siempre me ha parecido una versión roja del hombre de Michelin. Lo que se estila, a lo sumo, es una pequeña instalación conceptual: un pesebre sin verdadera paja, unos Reyes Magos de material irrompible, una estrella plástica que no te deja, como aquéllas, los dedos manchados de purpurina. Y ante la dejadez belenista de la sociedad han intervenido, una vez más, las Instituciones.

Estos días he recuperado la infancia visitando belenes como se visitaban (o se visitan) en Semana Santa los monumentos litúrgicos en las iglesias. Me ha sorprendido el éxito de público. En El Corte Inglés de Princesa el recorrido del escaparate donde han puesto, como todos los años, un belén visible desde la calle, es un vía crucis de lentitud y manitas de niño sucias marcadas en el cristal. El agolpamiento allí es importante, pero no llega ni mucho menos al que se produce a todas horas en el que el Ayuntamiento ha puesto en la Plaza de la Villa (gratuito también, aunque con la entrada acotada) y el de Bancaja en Azca, donde tengo noticia de algún tumulto, sobre todo cuando van colegios. Este belén bancario de pago (ya sabemos que los bancos cobran comisión por todo, hasta por el Niño Jesús) tiene un tiempo de espera para la visita de 60 a 90 minutos, como los retrasos de Iberia y, a pesar de lo aparatosa que es la estructura donde lo han instalado, el visitante ha de aguantar al aire libre, sin marquesina donde guarecerse del frío o la lluvia, si la hubiere.

Mi teoría es que el belén de Bancaja, "el más grande de Europa", gusta tanto no sólo porque a la gente le tranquiliza pagar, sino porque Bancaja es una entidad valenciana, y Valencia es ahora la Comunidad Buena.

Y esto me lleva, inevitablemente, a la política y a la escatología, que tan a menudo parecen en nuestro país la misma cosa. No pretendo haber visitado los 24 belenes públicos listados por el Ayuntamiento este año, pero en los que he visto noto la falta del caganer, ese hombre medio galileo que mientras pasan a su lado anunciaciones, partos milagrosos, los Reyes Magos con fardos y la matanza de Herodes, ha tenido un aprieto y se ha puesto a evacuar el vientre en tierra santa. Mucho me temo que el tradicional caganer, infiltrado poco a poco como cosa simpática aunque foránea en los belenes madrileños, ha caído este año víctima del boicoteo a los productos comestibles y las entidades de ahorro catalanas. Freud tendría mucho que decir sobre esta regresión a la fase anal y bucal a la que tantos ciudadanos de Madrid se han sentido impelidos.

Pues bien, yo sostengo que la ultraderecha vociferante y aznarista que pidió el boicoteo, aunque luego sus portavoces beban, con la boca pequeña, una copa de cava ante los fotógrafos, ha perdido una oportunidad irrepetible de vengarse de los bad boys catalanes. En Cataluña, donde la figura del caganer es legendariamente benefactora (ya que al poner a ese señor fertilizante se abona la tierra, y el año saldrá fructífero), la moda este año ha sido el caganer Carod y el caganer Benach, amén de algún otro conseller caganer cuyo nombre no logro retener. Y en las figuritas de barro que he podido ver en foto, estos cagantes de la izquierda republicana tenían siempre a mano el Estatut. ¿Ven ustedes dónde voy a parar?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Qué orgía de humor negro desaprovechada por los belenistas del PP: un belén entero poblado de carodcitos-rovira en actitud indecorosa, todos en línea como los guerreros chinos de Xi'an, y con la sugerencia implícita de que a la España negra el Estatut sólo le puede servir como papel higiénico.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_