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Reportaje:

Las peligrosas galeras de Cervantes

Una exposición en el Museo Marítimo de Barcelona muestra la larga relación del autor del 'Quijote' con el mar

Jacinto Antón

"La vida en la galera, déla Dios a quien la quiera", escribió muy certeramente Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo y, en calidad de cronista, acompañante de Carlos V en diversos viajes marítimos. "A mi parecer sobra de codicia y falta de cordura inventaron el arte de navegar", añadió resentido el hombre, que se mareaba. Y es que las galeras del siglo XVI eran un asunto duro. Algo con lo que no podría estar más de acuerdo el mallorquín Pedro Seguí, condenado a remar en ellas y que reclamó respetuosamente al rey que le liberara, pues contaba 60 años y llevaba ya 23 de forzado -galeote o apaleador de sardinas, que por esos simpáticos apelativos se conocía a la chusma o gente de remo obligado-. Las inhóspitas galeras -se las olía antes de verlas: los galeotes hacían sus necesidades in situ- formaron parte importante del paisaje vital de Miguel de Cervantes y ellas y el mar se espejean largamente en su obra. Lo pone de manifiesto la exposición que ha dedicado al tema, uno de los últimos que desgrana este año quijotesco, el Museo Marítimo de Barcelona (Cervantes i les galeres, hasta el 12 de marzo), que cuenta con maquetas, objetos marineros diversos, pinturas (bellísimas las pequeñitas en óleo sobre cartón que decoraban los cajones de un mueble de una herboristería) y dibujos. Y, por supuesto, la contundente presencia de la réplica de la galera Real, la capitana de la flota cristiana en el largo día de Lepanto, el 7 de octubre de 1571 (es emocionante saber que parte de la madera de la nave era de los bosques de Viladrau).

Cervantes, recuerda la exposición -que se complementa estupendamente con la de Cervantes a la Mediterrània, en el Museo Diocesano, hasta el 8 de enero (no se pierdan su sensacional catálogo)-, estuvo allí y, pese a encontrarse enfermo con fiebres, combatió como los mejores. Lo hizo en la galera Marquesa como soldado de la décima compañía del tercio Miguel de Moncada bajo el mando de Diego de Urbina y parece que con la osada, cuasinelsoniana misión de conducir la chalupa de la galera contra el lado desprotegido del navío turco al que abordaba el suyo. "Bien sé que en la naval dura palestra / perdiste el movimiento de la mano / izquierda, para gloria de la diestra", recuerda él mismo (Viaje del Parnaso). Recibió, por valiente, un arcabuzazo turco en la mano y otro en el pecho y quedó hecho unos zorros (aunque heroico), como tanta gente, incluidos cuatro ingleses, aquella salvaje jornada -que también tuvo sus simpáticas anécdotas: el veterano veneciano Veniero luchó, para no resbalar, con zapatillas de lona, así que, de hecho, inventó los náuticos.

La exposición muestra un elocuente cuadro de Antonio de Brugada que ilustra el momento culminante del combate entre la Real y la galera capitana turca, la Sultana. Nada menos que 800 hombres se enzarzan en tremenda pelea con profusión de tajos, disparos y asaeteamientos, mientras un español (un galeote de Málaga, cuenta la historia) agita la ensimismada cabeza del almirante turco Alí Bajá clavada en una pica. En fin, peor lo pasó Bragadino, al que poco antes de la batalla, tras la caída de Famagusta, los turcos de Lala Mustafá desollaron vivo (la piel la rellenaron de paja y colgaron el siniestro muñeco del penol de una galera). Por ahí entre la masa debe de andar María la Bailaora, valiente mujer que servía a las órdenes de Lope de Figueroa disfrazada de arcabucero para no separarse de su amante, un soldado. En el agua se ven flotar cadáveres, uno quizá el de Mohamed Scirocco, siempre tan elegante.

Cervantes, recuerda la exposición, tuvo otro momento particularmente intenso en las galeras: a bordo de la Sol fue capturado por los corsarios y llevado a Argel, donde pasó cinco años hasta que se pagó su rescate -se supone que con la inestimable ayuda de sus hermanas Andrea y Magdalena, que habrían aportado sus ingresos de, ejem, barraganas.

Tras recorrer la exposición e imaginarse chusma de galera bajo el corbacho (látigo) del cómitre, el visitante acordará con Cervantes: "Gracias al cielo doy, pues he escapado / de los peligros de este mar incierto, / y al recogido favorable puerto, / tan sin saber por dónde, he ya llegado. / (...) Beso la tierra, reverencio al cielo".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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