Ladrar, premiar y vertebrar
"Ladra un perro". Es la noticia que abre, a toda página, la primera plana de un periódico editado en una pequeña aldea escocesa cuyos habitantes han hecho del aburrimiento virtud: nunca pasa nada allí, sólo muy de tarde en tarde ladra un perro que desde la muerte de su amo pasa una mala racha. La vida es tan contemplativa que la gente tiene costumbres como la de tumbarse boca arriba y clavar la mirada en el cielo, porque eso les permite imaginar que están en cualquier otro lugar del mundo. No es extraña, pues, la noticia de primera página: ladra un perro, hemos bajado hasta tal punto el ruido social y hay tan poca agitación en nuestras vidas, que las noticias son estrictamente las que la pura biología se encarga de producir ella sola.
Naturalmente, es una ficción: Heartless, una película inglesa de este año firmada por Nick Laughland y que Canal 2 Andalucía pasó el sábado por la noche. No es gran cosa, pero tiene esa perla del titular de prensa que tampoco acaba de salvar la película, demasiado previsible; y blanda. Es verdad que el desastre de vida que tenemos montado es ruidoso e insoportable; pero ni siquiera sin tener esta costumbre de vivir en medio de tanto jaleo soportaríamos un mundo en el que el ladrido de un perro fuera la noticia más importante de toda una jornada. El guiño idílico de ese titular dura hasta caer en la cuenta de que sólo tendría sentido en la prensa editada para la comunidad que ocupa los cementerios.
Hay, por lo menos, dos tipos de ruido: el que produce la vida (los médicos lo oyen con sus aparatos, y a veces lo amplifican y entonces el paso de la sangre por las venas suena como las olas del mar) y el que produce todo lo que conspira contra la vida. No acudo al ejemplo de un disparo porque pienso ahora en ruidos como la distorsión de la injuria, de la que no sabemos protegernos; los chirridos de la insidia, que confundimos con el verbo divino; la mentira que, lejos de disimular su patraña, la deja ver para que nos quede claro que el que miente es porque puede y que eso es lo que hay. Por eso debe ser muy difícil trabajar en la información: sobre la mesa tiene que haber jaurías aullando por un minuto, babas de avaricia, manos codiciosas de gente impresentable, servidumbres que se exigen desde todo lo alto...
La gente que hace Andalucía directo lidia cada día con todo eso y logra sacar adelante noventa minutos en los que las cosas se oyen con el volumen justo; y hacen que oigamos cosas que nos conviene saber y que tienen que ver con lo mejor y lo peor de lo que somos. A Andalucía directo le han dado el premio Andalucía de Periodismo. Yo creía que se lo habían ganado porque son profesionales excelentes, pero el jurado habla de su contribución a "la vertebración comunicativa de la comunidad andaluza". Eso sí: de momento, nadie ha contestado a la carta aparecida en este periódico que denuncia las condiciones laborales de muchos de los que hacen el programa (jornadas de hasta once horas, salarios ridículos y retrasos considerables en el pago de los mismos). Esta gente sí que está pendiente de una vertebración menos retórica: la de poder hacer su trabajo en una condiciones dignas y con la remuneración que merecen. Mientras tanto, me parece una fechoría darles un premio y negarles todo lo demás.
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