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Protestas en Hong Kong contra la liberalización del comercio mundial

Cunde el pesimismo entre las delegaciones de los 149 países que asisten a la cumbre de la OMC

Fernando Gualdoni

Al menos 4.000 personas se manifestaron ayer en Hong Kong en contra de la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuya cumbre arranca mañana. La marcha, que transcurrió pacíficamente por una de las zonas más lujosas de la ciudad, ha puesto en alerta a la policía, que espera el doble de manifestantes en los próximos días. Algunos de talante violento, como algunos grupos campesinos surcoreanos a quienes se vigila especialmente.

La protesta busca influir en la dura batalla que los 149 miembros de la organización librarán en los próximos cinco días, en los que han de decidir si debe haber una mayor liberalización del comercio mundial.

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La marcha, que colapsó el tráfico en el distrito comercial de Causeway Bay, fue el ensayo de la multitudinaria manifestación que los grupos antiglobalización preparan para el arranque de la cumbre de mañana. Las pancartas denunciaban el desequilibrio del sistema del comercio mundial, que según los manifestantes hace más ricos a los que ya lo son y deja insatisfechos o incluso perjudica a los que son pobres. "No estamos dispuestos a aceptar ningún acuerdo", vociferaba a los periodistas Elizabeth Tang, la presidenta de la Alianza Popular de Hong Kong contra la OMC, que pretende coordinar las acciones de los movimientos sociales y mantener el talante de las manifestaciones en el estilo hongkonés; es decir, sin disturbios.

A pesar de que Tang se mostró decidida a impedir un acuerdo, tal vez no haga falta una gran marcha para impedirlo. Aunque varios estudios, entre ellos uno del Banco Mundial, aseguran que con un mínimo consenso para avanzar en la liberalización de los intercambios se podría reducir en 32 millones el número de personas que viven en la pobreza más absoluta en 10 años, los miembros de la OMC no han logrado acercar sus posiciones lo suficiente como para sellar un pacto que no sea sólo para salvar la cara. Los países en vías de desarrollo han llegado a Hong Kong decididos a desmantelar el sistema de ayudas a la agricultura de los ricos y éstos, a no ceder un palmo sin concesiones previas para aumentar sus exportaciones industriales y de servicios.

La cumbre que comienza mañana en la ciudad china es la sexta que se celebra desde que se creó la OMC en 1995 y no se recuerda ningún arranque con unas perspectivas tan malas. Ayer, mientras se ultimaban los preparativos en el centro de convenciones hongkonés, algunos delegados que pasaban por allí se consolaban diciendo que cualquier pacto sería una victoria en medio de tanto catastrofismo. Alguno incluso ya reconocía que, a estas alturas, el objetivo no debe ser el de concluir las negociaciones para una mayor liberalización del comercio mundial, sino el de mantenerlas vivas y darles un buen impulso para acabar la tarea a más tardar en junio de 2007, que es cuando finaliza el mandato del Congreso de EE UU para aprobar por la vía rápida cualquier acuerdo comercial. Si no hay acuerdo para esta fecha, lo negociado en los últimos cuatro años no servirá de nada y habrá que empezar otra vez.

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Nadie quiere eso, ni siquiera los negociadores más duros de los grandes bandos enfrentados. Tanto del lado de Brasil e India, como del de EE UU y la UE, temen cortar el hilo de tanto estirar. Esta preocupación se ha transformado en el arma de Pascal Lamy, el director general de la OMC, para asustar a los miembros y forzar el consenso. "Lamy les dice: 'Miren lo que hay sobre la mesa de negociaciones, que no es poco... No sea que por forzar las cosas se queden sin nada...", comentaba ayer una fuente cercana al director. Brasil e India captaron el mensaje y el 3 de diciembre, durante la cumbre del G-7 (los siete países más desarrollados) en Londres, aprovecharon para ofrecer una mayor apertura de sus mercados a los productos industriales y los servicios. Eso sí, siempre "proporcional a lo que ganemos en agricultura", aclaró entonces el ministro de Exteriores brasileño, Celso Amorín.

EE UU respondió al envite asegurando que se comprometerá a acabar en cinco años con su política de ayudas a las exportaciones y a reducir hasta en un 60% las subvenciones internas a la agricultura. La UE, no obstante, no ha movido ficha y ha insistido en que su oferta de recortar sus aranceles agrícolas una media del 46% y reducir las ayudas al sector en un 70% es la "mejor jamás hecha", en palabras del comisario europeo de Comercio, el británico Peter Mandelson.

Como Washington considera que su propuesta es mucho más ambiciosa que la de la UE, prácticamente ha cargado en las espaldas de Bruselas la responsabilidad del éxito o el fracaso de la cumbre. Para EE UU es mucho más importante avanzar en la liberalización del sector servicios (supone el 80% de su economía) y en la protección de los derechos intelectuales; que jugársela por un sector agrícola que le aporta poco y un industrial que está en declive frente al avance de China.

Para que pueda haber consenso, los países en vías de desarrollo, en especial los del G-20 bajo la batuta de India y Brasil, que representan el 70% de la producción agrícola del mundo y el 26% de las exportaciones, la reducción de las ayudas tiene que ser "creíble". Están empeñados en borrar los 275.000 millones de euros en ayudas que los países ricos dan a sus productores para competir deslealmente y prefieren alargar las negociaciones a cerrarlas sin un pacto válido para ellos en agricultura. La mayoría de los países en vías de desarrollo y pobres respalda al G-20 porque esperan sacar provecho de su fortaleza.

En medio de este enfrentamiento de gigantes, los 30 países más pobres de la tierra esperan irse de Hong Kong habiendo conseguido reforzar (o al menos mantener) el trato comercial preferencial del que gozan por parte de Europa.

Manifestantes de la ONG Oxfam, ayer en Hong Kong.
Manifestantes de la ONG Oxfam, ayer en Hong Kong.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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