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Columna
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Grillos

La salida del barítono Carlos Álvarez de la fundación que, bajo el respaldo de su propio nombre, se había creado en Málaga para promover la lírica, es un ejemplo paradigmático de la ciudad de nunca jamás. Con la marcha de Álvarez se va también al traste la colaboración abierta con el empresariado local para propiciar una cultura del mecenazgo en una ciudad donde las empresas tienen una escasísima tradición en destinar parte de sus beneficios a apoyar proyectos emblemáticos. La Fundación Carlos Álvarez -posiblemente el barítono con mayor proyección internacional en la actualidad y Premio Nacional de la Música en 2003- está al borde de la desaparición al año de constituirse, a pesar de que salió adelante con el respaldo de la Junta, el ayuntamiento de Málaga y la Diputación, en una de las contadas ocasiones en las que las tres instituciones públicas se habían puesto de acuerdo en algo. No merece la pena dedicar una sola línea a conocer las razones que han provocado el desencuentro. Nunca debió producirse. Y es desolador.

Tan desalentador como el hecho de que en esta ciudad nada sea una realidad sin que las ilusiones puestas en conseguirlo, en muchas ocasiones, mueran antes de lograrlo. Los responsables políticos han convertido a los malagueños en unos pesimistas antropológicos. Prometen ilusión y terminan provocando hartazgo. Es imposible que haya ciudad alguna donde recuperar el uso ciudadano de un puerto precise 16 años de discusión; donde levantar un auditorio cueste más tiempo que hacer El Escorial; y donde la polémica se instala en un metro, en la devolución de unos terrenos inservibles del ejército, y en desmantelar unas viviendas infrahumanas de un barrio marginal. En Málaga las obras de rehabilitación del Teatro Romano están durando tanto como lo que tardaron los romanos en construir el teatro y recuperar el Convento de la Trinidad, de momento, ha consistido en apuntalar el tejado para que no se caiga y contratar a un vigilante jurado para que no se lleven los marcos de las puertas que aún no se han llevado. En esta ciudad el acuerdo para soterrar las vías del tren ha costado más trabajo que construir el ferrocarril en el lejano oeste y aquí se murió Carmen, la de los Baños con su nombre, sin que la pobre mujer se hubiera podido dar tan siquiera un pequeño chapuzón en el balneario que se pretende rehabilitar. El escritor Manuel Alcántara lo dijo así: "Para ser malagueño hay que tener mucha paciencia".

Málaga se está levantando con mucho ruido y pocas nueces. Es una jaula de grillos. Para que un proyecto salga adelante lo primero que hay que hacer es no buscar el consenso con nadie. Si buscas el acuerdo, ya puedes ir pasándole hojas al calendario. Los proyectos en esta ciudad habría que hacerlos con nocturnidad y alevosía. Hay un cuento de Juan Rulfo que habla de los grillos. Esos insectos hacen ruido siempre. En el relato, un personaje dice que no se paran ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, la ciudad se llenará de los gritos de los malagueños que penan ante tanta desidia y algunos políticos echarán a correr espantados por el susto. Como corre ahora Carlos Álvarez, alguien que vino a intentar mitigar el ruido poniéndole música a la ciudad de los grillos.

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