Democracia en Egipto

Aún no hay resultados definitivos de las elecciones legislativas celebradas en Egipto, pero lo que ya resulta evidente es que las anunciadas intenciones de celebrar unos comicios que fueran ejemplares para esta inmensa democracia nominal árabe se han topado con la dura realidad del régimen del presidente Hosni Mubarak. Y también ha quedado claro, y esto no es una novedad en la región, que la tensión dentro del régimen, sus contradicciones y sus reacciones represivas siempre benefician a las fuerzas islamistas en detrimento de la oposición laica. Los Hermanos Musulmanes son ya la segunda fuerza política y parlamentaria de Egipto, casi sextuplican su presencia en el Parlamento, hasta ahora muy cómodamente controlado por los diputados del Partido Nacional Democrático (PND) de Hosni Mubarak, que por supuesto copan el poder a todos los niveles en todas las instituciones.

Egipto ha tenido históricamente una inmensa influencia en el desarrollo de los acontecimientos políticos y la evolución institucional del mundo árabe. Por eso el hecho de que, pese a los inmensos impedimentos que llegaron a las detenciones masivas y prohibición de entrar en los colegios electorales, la oposición vaya a tener más escaños que nunca en el Parlamento crea una situación nueva en la que el poder absoluto de Hosni Mubarak deja de estar garantizado.

El dilema no es nuevo. Una mayor limpieza democrática favorece inequívocamente a las fuerzas islamistas, cuyas intenciones democratizadoras son cuestionables, mientras los auténticos demócratas quedan en la marginación. Pero una mayor represión política y los intentos de sectores del régimen de bunkerizarse en el sistema corrupto y clientelar incrementa la presión social a favor del cambio radical y refuerza la identificación de la corrupción y la represión del régimen con la alianza de éste con los países occidentales. Las elecciones egipcias no han hecho sino agudizar este dilema.