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Columna
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La contaminación

La asignatura de la Seguridad, y más aún en el momento tan poco atractivo por el que pasa la UE, es una de las que tiene mayor camino por recorrer para llevar a efecto alguna medida de integración política. Y evoluciones como la revuelta de los suburbios en Francia dibujan en filigrana el temor de una especie de contaminación exterior-interior, un va-y-viene entre política exterior y seguridad interior, tan nuevo como inquietante.

La reyerta de las banlieues ha sido tranquilizadoramente consagrada por la mayoría de los observadores como ajena a lo étnico y religioso, aunque autores como Alain Finkielkraut disientan asegurando que de lo uno y lo otro había en la viña del Señor. Pero el hecho mismo de que se subraye esa falta de conexión, con un casi audible suspiro de alivio, indica cómo esa morbilidad está ahí. Y de todos los conflictos exteriores que planean sobre la UE con capacidad de contaminación exterior-interior, el más grave es el de Oriente Próximo. Aunque todos los terrorismos, contrariamente a lo que crea el presidente Bush, no son iguales, sí pueden tener consecuencias comunes.

Así ocurre con la guerra de Irak y el conflicto de Palestina. La primera ha dado entrada a Al Qaeda en el citado país árabe, de donde estaba conspicuamente ausente, y con la ocupación norteamericana azuza en todo el mundo islámico la confusión entre resistencia nacional y salvajada sobre el terreno; y el segundo procuró también carta de naturaleza a un crecimiento del integrismo en Palestina, del que la OLP creía haberse librado. En ambos casos, el beneficiario es el islamismo del terror, y aunque el descontento de los descendientes de la inmigración, en Francia o donde toque, tenga poco que ver hoy con pulsiones etnicistas o religiosas, el terreno abonado está ahí, por si le llega la hora.

Egipto está celebrando sus primeras elecciones legislativas con algún grado de autenticidad, y todo parece indicar que la Hermandad Musulmana -la madre ideológica de Hamás, aunque opuesta a la violencia terrorista- obtendrá cerca de 100 escaños sobre 444, lo que la convierte en la única oposición al régimen de Hosni Mubarak. ¿Alguien puede creer que Palestina e Irak no tienen nada que ver con el resultado? Este es un contagio, que puede seguir contagiando. Y Europa cae cerca.

A mayor abundamiento, el conflicto palestino-israelí es la piedra de toque para determinar en qué medida Europa es capaz de desarrollar o no una política propia tanto exterior como de seguridad. Es excelente noticia que la UE, y dentro de ella, España, asuma la supervisión del primer tránsito internacional de que goza el pueblo palestino, por Rafah, a Egipto. Pero eso no debería ser más que un principio. Si la UE deja casi exclusiva y permanentemente a Estados Unidos la tutela del conflicto, estará abdicando de cualquier presencia internacional en un terreno que es decisivo por razones de seguridad y de decencia.

La posibilidad de una intervención de fondo en el conflicto está aún lejana y con la ampliación al Este es aún más problemática. Pero renunciar equivale a suicidarse internacionalmente. Cuando el presidente de las Cortes, Manuel Marín, sugirió hace unos años, cuando era comisario de la CE, que cabría establecer algún tipo de vinculación entre los progresos hacia la paz y los acuerdos con las fuerzas de la zona, notablemente Israel, se formó un tole más que regular, y nunca más se supo. Hoy no es más fácil declararse parte activa en el conflicto que entonces, pero existe un documento, redactado por los representantes diplomáticos de la UE en Jerusalén-Este y Ramala, que condena sin paliativos la política de colonización israelí en los límites de la capital con Cisjordania, al tiempo que afirma que la política del primer ministro, Ariel Sharon, es frontalmente contraria al proceso de paz. El documento no es, sin embargo, oficial y está claro que la UE lo considera sólo un útil de trabajo, pero no por ello deja de hablar de la posibilidad de -modestísimas- sanciones.

Europa presta una gran ayuda material a la Autoridad Palestina y tiene copiosas relaciones comerciales con Israel; produce, asimismo, numerosas declaraciones en las que condena el terrorismo palestino y deplora la colonización israelí de los territorios ocupados. ¿Se vincularán un día las relaciones económicas con el proceso de paz? Falta eso que se llama voluntad política.

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