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Ankara, Bruselas, Madrid, Rabat: un hilo conductor

La Alianza de Civilizaciones tiene vocación universal, como universal es la amenaza cuyas causas más profundas también trata de combatir; el riesgo creciente de que la brecha abierta en el seno de la comunidad de naciones sea insalvable, acabe convirtiéndose en trinchera, y socave la paz y la estabilidad internacionales.

Para hacer frente a esa minoría violenta que practica el odio y la intolerancia no basta con la sola respuesta de las fuerzas de seguridad, por mucho que consigan desbaratar numerosas conspiraciones terroristas o detener a los responsables de los atentados cometidos, ya que no conseguirán disuadir o intimidar a cuantos están dispuestos a seguir sus pasos. Porque de lo que se trata es de erradicar la semilla de una perversión, implantada por quienes predican el extremismo y la exclusión en unas mentes que no dudan en sacrificar a los demás al precio incluso de sus propias vidas. Sumidos como estamos en el temor y en la perplejidad, este fenómeno brutal ha provocado, por sus dimensiones, la aparición de una conciencia generalizada de que es vital hacer lo imposible para atajarlo, para poner fin a esta deriva sangrienta. Que es acuciante una movilización de los gobiernos, de los organismos internacionales y, sobre todo, de la sociedad civil para fortalecer el entendimiento mutuo y el respeto a los valores compartidos.

Pero si las medidas policiales no bastan, tampoco es solución el recurso a las fuerzas armadas, por cuanto el adversario no es identificable ni cuantificable. Puede ocultarse tras la puerta de al lado, ser nuestro vecino, en Madrid, en París y en Londres, pero también en Moscú, en Ammán, en El Cairo o en Kuala Lumpur. ¡La guerra!, que centuplica el rencor y su secuela de daños colaterales. ¿Acaso lo es el recurso exclusivo y obediente al Gran Hermano? La vuelta al unilateralismo, que también algunos reclaman, los que descalifican groseramente a la Alianza de Civilizaciones -pues se diría que andamos sobrados de remedios-, sin concederle siquiera el beneficio de la duda. Los mismos que proponen meter a la OTAN en el conflicto de Oriente Medio, receta ideal para atizar más, si cabe, el resentimiento árabe contra Occidente. O cuya imaginativa aportación a la reforma de las Naciones Unidas, que desean ver muertas, se circunscribe a dejar el monopolio del derecho de veto en manos de Washington.

Así están las cosas, en vísperas de la reunión en Palma de Mallorca del Grupo de Alto Nivel, establecido por el secretario general Kofi Annan, cuyo mandato consiste en encontrar vías de acción concretas para hacer frente al mal que nos aqueja. Esta cita, y el hecho de que coincida con la conmemoración del X aniversario del arranque del Proceso de Barcelona, me induce a establecer un vínculo entre las dos iniciativas, relación que en nada contradice la evidencia del alcance regional de la Conferencia Euromediterránea frente a la aspiración global de la Alianza de Civilizaciones. No creo, en efecto, que desmienta la vocación planetaria de esta última el intento de poner a prueba sus objetivos, así como el papel de algunos de sus actores, en el espacio, sin duda más acotado, que es la cuenca del Mediterráneo.

Ello es así porque la propuesta copatrocinada por los primeros ministros José Luis Rodríguez Zapatero y Recep Tayyip Erdogan va a medirnos a todos por unos mismos raseros. Se engañan quienes piensan que el reto solamente afecta al otro. Que su reclamo no nos atañe -a los occidentales, a los europeos y a los españoles en particular-, pues según ellos estamos por encima de todo asomo de sospecha. Grave error. Porque las varas de medir de esta Alianza son tanto más exigentes cuanto más asentados están los valores que propugna. Así sucede, desde luego, con la democracia, con la salvaguarda de los derechos humanos, la igualdad de género y el buen gobierno. Pero también nos son exigibles principios como el respeto ajeno, el aprecio de la diversidad, el rechazo de los prejuicios y de los estereotipos, y el combate diario contra el racismo, la xenofobia y contra todos los extremismos y fundamentalismos.

Existe, pues, un hilo conductor que va de Rabat a Bruselas y de Ankara a Madrid, test de la credibilidad de nuestro discurso y de nuestra acción. Una prueba diaria para Turquía, en su camino por armonizar el credo que practica la gran mayoría de su población con los valores de modernización que proclamó Kemal Atatürk. En el combate pacífico de tantos hombres y mujeres por salir al paso del nacionalismo exacerbado y del islamismo radical, y por alzarse paulatinamente a los estándares exigibles de la Unión Europea, una vez felizmente aceptada la demanda turca de adhesión el pasado 3 de octubre. Hilo éste, que es la Alianza, que también recorre Marruecos, cuya llamada a las puertas de Bruselas se ha recordado en días pasados. También el pueblo marroquí, y su Gobierno, tienen un largo trecho por delante para avanzar sin vacilación en el proceso de reformas puesto en marcha por el rey Mohamed VI. A Bruselas, a la UE, le corresponde desempeñar aquí un papel decisivo. El de seguir alentando y ayudando a las sociedades turca y marroquí, y a sus gobiernos, a progresar por la vía de la modernidad, al tiempo que mantiene su vigilancia y su nivel de exigencia, pero haciéndolo con generosidad y con visión política.

No está menos en juego la credibilidad de España. Su especial responsabilidad en su triple condición de copatrocinadora, con Turquía, de esta iniciativa; de vecina de Marruecos y de socio de la Unión Europea, objeto del deseo turco y marroquí. Difícilmente estaremos a la altura de tanto compromiso si no somos capaces de orientar nuestros sentimientos en el sentido de la apertura de miras; si no borramos nuestras prevenciones producto de una Historia escrita por manos españolas a lo largo de medio siglo de franquismo; la pesadilla de un imperio. Si no asumimos con rigor el desafío del Islam español, al que pertenece buena parte de esos millones de nuevos ciudadanos que nutren nuestra población. Si no nos preguntamos con coraje a qué España, a cuál de las Españas, han de prestar, ellos también, su adhesión. Es ésta una tarea urgente. Nos corresponde a los españoles dar ejemplo y estar a la altura de las expectativas creadas por la Alianza de Civilizaciones.

Máximo Cajal es embajador de España.

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